«El acorazado Potemkin», por Francisco Fernández Buey.

Texto didáctico que el autor preparó para el colectivo Drac Màgic como presentación de la película de Sergei M. Eisenstein, una actividad cultural en la que solían participar estudiantes de bachillerato de aquellos años. Está fechado el 6 de diciembre de 1978, el día del referéndum constitucional. Debo a Francesc Xavier Pardo conocimiento de su existencia1.

I. En los primeros días de enero de 1905 se declaraban en huelga los obreros de las grandes fábricas Putilov de Petersburgo. Su motivación no difería gran cosa de tantas otras acciones obreras anteriores: protestar por el despido de cuatro compañeros, en este caso, además, muy probablemente afiliados a una asociación de trabajadores, propiciada por un sacerdote (el célebre cura Gapón) con fondos procedentes de la policía zarista. El origen de la protesta era, pues, oscuro o por lo menos paradójico. Pero, como suele ocurrir, a la protesta se unieron reivindicaciones más amplias, más generales. Entre ellas, la más universal para los trabajadores de la época: la jornada de ocho horas. Y, como siempre en la historia del movimiento obrero, también la exigencia de libertad.

Todavía durante ese mismo mes de enero una gran procesión organizada por el cura Gapón al objeto de invocar la justicia y la protección del zar frente a los despidos acabó en tragedia al disparar los soldados contra la multitud. Era el «domingo sangriento», un domingo en el que muchos ciudadanos rusos dejaron de creer en la bondad del autócrata para empezar a llamarle por su nombre: tirano. Así empezaba lo que conocemos como primera revolución rusa, la revolución de 1905-1906. Pocos meses después, en la primavera, y en un clima dominado ya por los intentos insurreccionales, nacían los primeros soviets de obreros. Y en mayo la espontaneidad revolucionaria de los marineros del Potemkin hizo verdad la sospecha de algunos militantes de los soviets según los cuales no todos los soldados estaban ya con el poder.

En efecto, entre el 14 y el 16 de mayo la flota rusa sufría un descalabro al enfrentarse con los japoneses ante la isla de Tushima, Como consecuencia de ello la tensión aumentó notablemente a bordo de las naves del mar Negro. Y en una de ellas, el acorazado Potemkin, la marinería rechazó la comida podrida que se les suministraba; en la protesta muere asesinado un marinero bolchevique y el motín toma cuerpo: el resto de los marineros crean un comité, arrojan al mar a los oficiales, se hacen con el control del barco y ponen proa al puerto de Odessa, donde ha estallado una huelga general. Allí dieron sepultura con grandes honores al marinero asesinado y conocieron la situación en las fábricas, en los talleres, en el campo. Unos días después el Potemkin se hacía a la mar de nuevo para enfrentarse a la flota del zar: cuando llega el momento del encuentro los otros barcos no disparan e incluso alguno de ellos se une a la rebelión. Con ello el entusiasmo crece. Pero también el drama: durante horas y horas el acorazado Potemkin surca los mares hasta que, por último, sin provisiones ya, la tripulación opta por entregarse a las autoridades rumanas.

II. Tal es la historia del Potemkin, sin duda la más popular de las hazañas revolucionarias en los años que siguieron a la victoria bolchevique en octubre de 1917. Pero ya en su momento, sin la mitificación y la punta de leyenda que dan el tiempo y la victoria, el acorazado Potemkin era el símbolo de la resistencia popular triunfante, el ejemplo que en 1906 ponían aquellos revolucionarios que querían mostrar al pueblo algo tan sustancial como que la resistencia era incluso posible en las fortalezas del enemigo, en el ejército, en las fuerzas armadas de la autocracia. Potemkin es, pues, el principio de la revolución.

Y pocas veces la imagen fílmica ha logrado una tan alta expresividad simbólica como en la descripción de estos hechos por S.M. Eisenstein. Sería inútil tratar de igualar con palabras pobres la expresión poética, por ejemplo, de los tres rapidísimos encuadres del león de Odessa montados con las andanadas del acorazado Potemkin. Allí está captado el despertar de la revolución. El otro grande de la cinematografía soviética, Pudovkin, ha comentado esos tres encuadres del león de piedra que duerme, abre los ojos y ruge (y que tantos homenajes ha cosechado luego en la historia del cine) de la siguiente forma: «La película pasa así del naturalismo que en cierto grado le era propia a una capacidad de representación libre, simbólica, independiente de los requisitos de una elemental probabilidad».

III. Y, efectivamente, en esos planos está todo lo que representó el Acorazado Potemkin desde el punto de vista del artista revolucionario que conoció el hecho de cerca. Si a ello se quiere añadir las palabras pobres, esto es, una consideración menos épica y optimista, más distanciada por la complicación que la historia nos ha ido proporcionando luego, habría que tener en cuenta que entre los hechos de 1905 y la victoria de octubre median doce años durante los cuales lo herederos de la hazaña del Potemkin tuvieron que sufrir cotidianamente, desesperarse a veces para volver a acoger en su corazón la esperanza. En este sentido tal vez se pueda añadir a la imagen del león esta otra: la de un viejo cuarto de una triste pensión de Ginebra donde el cura Gapón (el misterio de la revolución de 1905), el marinero Matishensko (uno de los líderes del Potemkin) y V. I. Lenin (el futuro conductor de Octubre) discuten acaloradamente sobre el papel del campesinado en la revolución rusa. Una imagen, ésta, de la complicación, de la «impureza», como solía decir el propio Lenin, de los acontecimientos históricos grandes. Y así ocurrió, efectivamente. Lo cuenta Nadezhda Krúpkskaya.

Esto es: épica como nos lo muestra Eisenstein y lo teoriza Pudovkin; misteriosamente cotidiano, como lo pinta Krúpskaya. Pero no necesariamente confuso, como tiende a hacernos creer Makavejev en estos tiempos de escepticismo.

  1. Tomado de: https://espai-marx.net/?p=12778 ↩︎

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Ernest Mandel, una introducción para la juventud

Pepe Gutiérrez-Álvarez1

Estamos en un nuevo comienzo, de ahí la importancia de la memoria revolucionaria, de una perspectiva que separa el trigo de la paja. Ernest Mandel era más que trigo, era un granero.

Recuerdo que al final del acto que se efectuó allá en septiembre de 1995 en el Ateneo de Barcelona con ocasión del fallecimiento de Ernest Mandel, después de que interviniéramos Miren Etxezarreta, Jaime Pastor y yo mismo, hubo una ronda de palabras bastante curiosa. Una detrás de otro, diversos representantes del trotskismo “auténtico” más otro que glosó el pensamiento insuperable de amadeo Bordita, fueron desgranando los “errores” del autor de El capitalismo tardío, cada uno de ellos con una seguridad pasmosa. Todos tenían un Ernest Mandel reducido a su medida y en las que creían como si el pensamiento y la historia fuesen una cuestión de peso y de buenas balanzas. Fueron tantos que desde la mesa decidimos espontáneamente hablar de otros termas que habían aparecido. Han transcurrido casi dos décadas y la vida y la obra de Ernest Mandel (Fráncfort del Meno, Alemania, 5 de abril de 1923 – Bruselas, 20 de julio de 1995) sigue siendo indispensable, leída y estudiada en muchas partes mientras que el olvido se ha llevado a aquellos que habían encontrado un ABC desde el cual tener su propio eureka, su pensamiento correcto que no necesitaba de la investigación, del estudio ni de las confrontación con la realidad.

Para la mayoría, Mandel era un camarada asequible, alguien que venía a nuestros congresos, hacía sus colas, discutía con quien se terciara, que trataba de responder a interpelaciones, uno más que se olvidó de las luchas sectarias y que realizó un enorme esfuerzo por poner el marxismo al día. Que creó una obra teórica sin apenas parangón, que resulta difícil de encontrar a la sombra del comunismo oficial y que, para encontrar algo parecido en la Rusia sovíetica, había que remontarse a los años treinta. Mandel era un militante que trabajaba de profesor, que cumplía con un militante de base, viajaba allá donde le llamaran y, además, escribía densos textos internos para la Internacional que nos abrumaban porque antes de acabarlos, ya tenía a la mano otro.

Desde finales de la II Guerra Mundial hasta su fallecimiento, Mandel representó ese cierto trotskismo que nos describe Daniel Bensaïd, firme en sus imperativos, pero extraordinariamente abierto a las nuevas exigencias y realidades, y a ello dedicó un esfuerzo infrahumano, una dedicación que era al mismo tiempo militante, dirigente y de una gran pasión teórica, sobre todo como economista, con aportaciones que fueron muy apreciadas por todas las izquierdas críticas, y por personajes como Ernesto “Che” Guevara.

Según evoca el propio Ernest en una entrevista con Tariq Ali, antes hubo un padre militante de primer orden, Henri Mandel, a cuya memoria dedicará su primera gran obra, el Tratado de economía marxista. Destaca en su padre, su «espíritu intrépido, corazón generoso, que me inició en la doctrina de Marx y me enseñó a combatir la explotación y la opresión en todas sus formas para que todos los hombres puedan ser hermanos». En los años cincuenta, antes de destacar como el representante más reconocido del trotskismo dentro de lo que se llamó entonces la «nueva izquierda», Mandel había vivido la aventura militante en el abismo de la ocupación nazi como miembro activo de la Resistencia belga, escapó de un campo de concentración y trabajó desde la clandestinidad para reconstruir la red desarticulada de la IV Internacional, en la que aparecería como vértice del secretariado unificado al lado de Pierre Frank y de Livio Maitan (quien, por cierto, vivió también sus inicios como activista de la Resistencia italiana en su ciudad natal, Venecia donde representó el comunismo crítico).

Mandel hizo méritos sobrados para ser considerado un «agitador peligroso» por las autoridades de muchos países en los que participó, a veces directamente, en toda clase de agitaciones y controversias sobre los temas más variados, hablando por igual en los círculos académicos que con los obreros o los jóvenes de una barriada, siempre con una capacidad impresionante tanto para evocar las aportaciones de la tradición como para avanzar reflexiones y propuestas sobre las cuestiones más candentes, por ejemplo el último curso de tardocapitalismo o el último debate en tal partido comunista, o de las tesis de tal o cual teórico.

En 1964 fue expulsado del Partido Socialista belga por trotskista, después de lo cual siguió siendo uno de los portavoces de la sección. Aunque menos conocidos, una parte de sus escritos como animador de la revista La Brèche tratan de las exigencias políticas de su país adoptivo, y escribió sobre la política nacional; fue expulsado de Francia a raíz de su participación en los inicios del Mayo del 68, un acontecimiento que había previsto en no poca medida, y sobre el cual escribió abundantemente (la revista Acción Comunista publicó ese mismo año su primera aproximación); también fue expulsado de las dos Alemania, en la Oriental como amigo de los disidentes, y en la Occidental (en 1973) por ser uno de los inspiradores de la izquierda extraparlamentaria. Viajó constantemente invitado por las secciones de la Cuarta (se le conocía públicamente en Estados Unidos, México o España), y también era invitado por corrientes discrepantes de los partidos comunistas o socialistas y por las universidades, dictando conferencias sobre los temas más diversos en jornadas en las que, como era habitual en Euzkadi, Mandel sorprendía con su despliegue de erudición y capacidad polémica.

Como dirigente de la internacional, estuvo muy presente en los orígenes de la constitución de la LCR y en el proceso que llevó a ETA VI Asamblea hacia el trotskismo. Su obra marcó, desde la segunda mitad de los años sesenta, la lectura de la nueva generación de izquierdistas razonables, y fue un instrumento tanto para universitarios como para obreros que querían tener un mapa de la evolución del capitalismo y de sus ramas industriales, o para las discusiones sobre cómo construir un partido en unas condiciones objetivas adversas, cuando la mayoría obrera no ve horizonte más allá de la izquierda tradicional. Esta presencia también resultó muy significativa en la Portugal de la Revolución de los Claveles, en la que la Cuarta apostó por los sectores políticos y militares opuestos a la «normalización» socialdemócrata. Aquí, en la editorial Fontamara –las más “trotska” de todas- sobre todo, se publicó buena parte de sus obras, alguna de las cuales, como Crítica del eurocomunismo (1978, tr. de Emili Olcina), fue presentada en un acto multitudinario en el paraninfo de la Universidad de Barcelona con la intervención, entre otros, de José María Vidal Villa que luego se reía de la anécdota en un encuentro que tuvimos poco antes de su muerte.

Las obras de Mandel alcanzaron en castellano una difusión muy amplia en los años sesenta y setenta, y remitió en los años ochenta, coincidiendo con sus últimas aportaciones, como Meurtres exquis, una «historia social de la novela policíaca», Où va l’URSS de Gorbatchev (ambas en La Brèche, París), The Meaning of the Second World War y Revolutionary Marxism Today (Verso Books, Londres).

En 1962 apareció su primera gran aportación, que marca un antes y un después en la teoría económica marxista en relación a los cambios operados en la segunda posguerra con el llamado «neocapitalismo», el Tratado de economía marxista (ERA, México, 1969, tr. de Francisco Díez del Corral, de la que existe también una temprana edición cubana que en París se podía encontrar en la Librería Ebro, del PCE), que fue subtitulado deliberadamente Un intento de explicación. Este enorme trabajo supone en buena medida una crítica al libro de los importantes economistas marxistas norteamericanos Paul Baran y Paul M. Sweezy El capitalismo monopolista, tuvo una amplia difusión en numerosas lenguas y ejerció gran influencia en una parte nada despreciable de la nueva generación de economistas marxistas críticos.

Una ampliación del Tratado son sus Ensayos sobre el neocapitalismo (ERA, México, 1971), que comprende dos anexos que ilustran sobre las repercusiones de la obra de Mandel en Estados Unidos, uno de David Horowitz («A favor de una teoría neomarxista») y otro de Martin Nicolas («La contradicción universal»); la editorial ERA también publicó La teoría leninista de la organización (1971, tr. de Ricardo Hernández González). Otra prolongación mandeliana del debate sobre el «siglo norteamericano» se encuentra en una obra escrita a modo de controversia contra un best-seller del famoso periodista francés Jean Servan-Schreiber, El desafío norteamericano. Se trata de Proceso al desafío norteamericano (Nova Terra, 1970, tr. de Mariangels Mercader y Pere Margenat), y que fue la primera obra de Mandel publicada en España, y la primera lectura de su obra para muchos de nosotros y obras importantes para comprender el papel de los EEUU después de la Primera Guerra Mundial.

Entre 1963 y 1965 tiene lugar en Cuba —o, para ser más precisos, en torno a los problemas que plantea la construcción del socialismo en Cuba— un debate teórico en el cual se enfrentan diversas concepciones acerca de los métodos y las formas de dirección y gestión de la economía socialista, y en cual Mandel toma partido por Ernesto «Che» Guevara, a la sazón ministro de Industria de Cuba. Otros dirigentes cubanos toman también parte directa en la polémica: Alberto Mora, ministro de Comercio Exterior; Luis Álvarez Rom, ministro de Hacienda; Marcelo Fernández Font, presidente del Banco Nacional de Cuba, y algunos otros. En contra de Mandel se pronunció Charles Betelheim, posteriormente uno de los teóricos europeos del maoísmo, en favor del cual trató de ofrecer una teorización sobre la naturaleza del Estado soviético y del estalinismo y en oposición al trotskismo, hasta que la crisis china que provocó la caída de la llamada «banda de los cuatro», y la consiguiente desacralización de Mao, le llevó a rectificar drásticamente sus anteriores posiciones.

Antaño, Betelheim había sido el autor de un vigoroso estudio sobre La economía alemana bajo el nazismo (2 vols., Fundamentos, Madrid, 1972, tr. de Ignacio Romero de Solís), por el que en 1945 fue tachado de «trotskista» en Francia. La edición de los principales documentos se encuentra en El debate cubano (sobre el funcionamiento de la ley del valor en el socialismo) (Laia, 1974, con un prólogo de José María Vidal Villa), y comprendía dos trabajos de Mandel, «El gran debate económico» y «Las categorías mercantiles en el período de transición», este último publicado en Cuba en la revista Nuestra Industria. Revista Económica (1964). Por su parte, Fontamara dio a conocer la ya citada Crítica del eurocomunismo; La crisis (un análisis de la crisis económica a finales de los años setenta imprescindible para las precondiciones del triunfal-capitalismo neoliberal); De la burocracia (todo un tratado sobre los orígenes, las razones y el significado de esta casta social), Debate sobre la URSS (con Denis Berger); El pensamiento de León Trotsky (1979, tr. de Agustín Maraver, Asequible en la Web de Revolta global); Sobre la historia del movimiento obrero (tr. de Emili Olcina), que abarca estudios sobre la Commune de París, la I Internacional y Rosa Luxemburgo (el texto que sirvió de introducción a la edición de Anagrama de 1976 de El folleto Junius, titulado también La crisis de la socialdemocracia, con prólogo de Clara Zetkin); 30 preguntas y 30 respuestas en torno a la nueva «Historia del PCUS», sobre la historia oficial estalinista; varios trabajos sobre Trotsky y unos textos sobre la (IV) Internacional…

Este grueso volumen tenía en principio que ser complementado por otros dos aparecidos en Los estudiantes, los intelectuales y la lucha de clases, con una introducción de Michel Lequenne, publicado en La Brèche, París, 1979, que recoge textos sobre estas cuestiones entre 1968 y 1975); y La larga marcha de la revolución (Galilée, 1976, con un concienzudo prólogo de Jean-Marie Vincent), que reúne reflexiones de Mandel desde la inmediata posguerra hasta el IX Congreso de la IV Internacional, con un amplio apartado sobre el maoísmo y la «revolución cultural» china. ERA editó sus dos obras más importantes, el Tratado y El capitalismo tardío (México, 1979, tr. de Manuel Aguilar Mora), que constituye —como ha subrayado Perry Anderson— el primer análisis sobre el desarrollo global teórico del desarrollo del modo de producción capitalista ulterior a la II Guerra Mundial en el marco de las categorías marxistas clásicas; aparte de la ya citada Control obrero, consejos obreros, autogestión.

Habría que añadir otros trabajos de investigación y de difusión del marxismo, cabe anotar La formation de la pensée économique de Karl Marx (Masperó, París, 1967, traducida por Siglo XXI de México), que analiza el proceso evolutivo del pensamiento de Marx, abarcando los siguientes aspectos: De la crítica de la propiedad privada a la crítica del capitalismo; de la condenación del capitalismo a la justificación socioeconómica del comunismo; del rechazo a la aceptación de la teoría del valor-trabajo; un primer análisis de conjunto del modo de producción capitalista; el problema de las crisis periódicas; de los Manuscritos de 1844 a los Grundrisse; de una concepción antropológica a una concepción histórica de la alienación; desalineación progresiva por la construcción de la sociedad socialista, o bien la alineación inevitable en la «sociedad industrial». Asimismo, cabe citar Iniciación a la economía marxista, El lugar del marxismo en la historia y El capital: cien años de controversia en torno a la obra de Karl Marx (Siglo XXI, México). Mandel también figura entre los autores (con Rodolsky, Naville, Amin, Lefebvre, etc.) de Leyendo «El capital» (Fundamentos, Madrid, 1972, tr. de Ignacio Romero de Solís).

Anagrama que en los setenta fue la editorial “gauchiste” más activa, incluyó en su colección Cuadernos los siguientes títulos: Una introducción al marxismo (1976, tr. de Àngels Mártinez Castells); Problemas básicos de la transición del capitalismo al socialismo (con George Novack); La teoría marxista del Estado; Capital financiero y petrodólares: acerca de la última fase del capitalismo (con S. Jaber; se puede encontrar una reedición parcial en Debate sobre Norteamérica, publicado en 1972); ¿Adónde va América? (con Martin Nicolaus), con un prólogo de Miquel Barceló… Todavía se pueden encontrar otras aportaciones suyas en la diatriba Contra Althusser (Madrágora, 1975, tr. de Josep Sarret Grau y prólogo de Manuel Cruz), con textos de Vincent, Bensaïd, Brossat, Avenas, etc.; Dos pasos adelante, dos pasos atrás (El Viejo Topo, Barcelona, 1979, tr. de Josep Sarret Grau), en debate con las posiciones mayoritarias del PCF (Marchais) y con las ambiguas de Althusser, con la «Unión de las Izquierdas» como fondo.

Una buena aproximación a las ideas de Mandel se condensan en Marxismo abierto (Crítica, Barcelona, 1982, tr. de Gustau Muñoz), subtitulado Una conversación sobre dogmas, ortodoxia y la herejía de la realidad, fruto del diálogo entre Mandel y Johannes Agnolis, de la Universidad Libre de Berlín Occidental. Tras descartar que el marxismo esté en crisis. Mandel examina críticamente los países socialistas y el movimiento obrero occidental; discute cómo abordar el tema del Estado y valora la toma de conciencia ecológica. El debate discurre también en torno a cómo manejar democráticamente la complejidad de la economía moderna y cómo entender la democracia, lo cual le lleva a preguntarse por el papel de los partidos políticos y por la «centralidad» que el marxismo ha atribuido siempre a la clase obrera como sujeto revolucionario. Siglo XXI publicó Las o¬ndas largas del desarrollo capitalista (México, 1986). Lo último que yo sepa que se ha publicado de Ernest, ha sido Escritos de Ernest Mandel. El lugar del marxismo en la historia y otros textos, en una cuidada edición a cargo de Miguel Romero aparecida en Libros de la Catarata.

Sobre su vida y su obra editó Revolta Global un doble DVD cuyo final en tan sencillo como impresionante. Al acabar una de sus última conferencias, ya de vuelta, y en tanto bajaba unas escaleras con el paso inconfundible de una persona mayor, Ernest se vuelve ante una voz que le pregunta: “Señor Mandel, ¿usted no tienen ninguna duda?”. Claro que sí, les responde. La duda es un principio fundamental de toda ciencia, todo debe ser cuestionado. Pero hay algo que está más allá de la duda. Es el compromiso con los explotados y oprimidos. Eso es –como diría Kant- un imperativo moral categórico. Ahí no cabía la duda.

En sendos artículos relativamente recientes me he referido a la historia perdida de algunas corrientes derivadas del vasto y complejo legado de León Trotsky. En uno dedicado a Ken Loach, me refería a las relaciones que éste mantuvo con el grupo liderado por Gerry Healy, el más influyente en Gran Bretaña en los años sesenta-setenta para dedicar alguna atención a su variante hispana que trató de sacar beneficio de su militante con mayor prestigio, la actriz Vanesa Redgrave. En otro, trataba del caso de Michal Raptis, más conocido como Michael Pablo, cuyas “desviaciones” dieron lugar al concepto “pablista”, y que durante años fue considerada como la mayor “revisión” del trotskismo por las diversas fracciones separadas de la IV Internacional a principios de los años cincuenta…

Obviamente, una patología que actualmente resultara poco menos que incomprensible para los más jóvenes y suerte que tienen. Lo pensaba mientras hablaba con un antiguo camarada al que recordaba hablando de pablismo con un tono que hoy le invitaba a la risa y por el que me invitaba a la benevolencia. Actualmente es un reputadísimo africanista y trata de explicar aquello como un desvarío juvenil propio de una época en la que las ideas parecían invencibles y que únicamente se trataba de aprender cuales eran las correctas. Cierto que todavía quedan místicos, pero su lugar en los movimientos es meramente testimonial.

  1. Texto tomado de: Anticapitalistas ↩︎

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«¡Salud y revolución social! PSR 1926-1930», por César Gualdrón (2023).

Compartimos en PDF el libro «¡Salud y revolución social! Presencia, bolchevización o proyecto del Partido Socialista Revolucionario de Colombia. 1926-1930» (2023), por el profesor César Gualdrón.

En vísperas del centenario de la fundación del PSR, y de las próximas efemérides del Partido Comunista de Colombia (sección de la Internacional Comunista), este libro constituye un material destacado para auscultar el estado actual de las investigaciones sobre el PSR y, a su vez, contribuir al debate sobre su táctica, estrategia, estructura, línea ideológica y sus referentes.

Liberado, digitalizado y compartido en PDF para su divulgación y estudio. Puede descargarse aquí:

«¡Salud y revolución social! Presencia, bolchevización o proyecto del Partido Socialista Revolucionario de Colombia. 1926-1930», César Gualdrón (2023).

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«Chile, ¿el socialismo sin la revolución?», por Daniel Bensaïd.

Hace ya algunos meses, para los predicadores de la unión de la izquierda y del Programa Común, el ejemplo chileno forma un modelo. Mitterrand y Duclos han viajado en busca de inspiración. Hoy apenas hablan. La “vía chilena al socialismo” de la cual se jactaban, ahora atraviesa un laberinto que no ve alguna salida. ¿Qué está ocurriendo en realidad?

¿Dónde está Chile?

La unidad popular llego al gobierno en Chile a final del año 1970, atreves de la elección del 4 de septiembre con Salvador Allende a la presidencia.

Un año más tarde, al momento del primer aniversario de aquella elección, el clima era de euforia. El gobierno presento una serie de nacionalizaciones y el freno de la inflación. Esas realizaciones económicas y sociales repercutirían en las elecciones de abril de 1971.

Cuando Allende accede a la presidencia con la mayoría relativa a favor, obtuvo el 36,3% de los sufragios, los partidos de la Unión Popular repuntarían en las elecciones municipales de abril con el 51% de los sufragios; obteniendo la mayoría absoluta expresando el aumento del apoyo popular en los primeros años del gobierno.

Hoy (en 1973), más de dos años después del 4 de noviembre de 1970, la situación se está deteriorando. La euforia disparada se reemplazó por la inquietud, al temor al mañana.

En el terreno económico, la inflación volvió con más fuerza que antes. El año pasado (1972) los precios aumentaron casi en un 100%. En este momento el aumento de los precios es todavía peor: se habla de un aumento de 144%.

En el plano electoral, la mayoría de la Unidad Popular, obtenida en las municipales se ha erosionado. En Julio de 1971, la derecha se impuso en las elecciones complementarias de Valparaíso. El 16 de enero de 1972, la candidatura demócrata cristiana fue electa senador por O’Higgins y la candidatura del Partido Nacional diputado por Linares. Estas elecciones suponen un revés para el empuje electoral de la Unidad Popular. Su significado cae en el hecho de que la Unidad Popular se proclama y mantiene sin voluntad de conquistar el poder y de pasar al socialismo, mantenido el camino legal y electoral.

En septiembre-octubre del año 72’, la deteriorada situación llegaba a un punto de crisis. Los camioneros se declaraban en paro por oponerse al proyecto gubernamental de la creación de una empresa nacional de transporte. Paralizaron la distribución, lo que agravo los problemas de alimentación. Después de ello, los comerciantes también pusieron en marcha su paro. Ambos paros, contribuyeron al efecto de desorganización de la distribución, tendiendo a exasperar a las masas y exacerbar las tensiones sociales.

Temiendo que la situación degenerara y que se multiplicara la lucha en las calles, el gobierno decreto estado de emergencia en la mayoría de las provincias. Así, en la provincia de Santiago, el general Héctor Bravo anunciaba el 13 de octubre las medidas de excepción: prohibición de manifestaciones en las calles, prohibición de publicar información que fuera considerada como “alarmista, exagerada, tendenciosa, dañina o provocativa”, prohibición a los civiles de portar armas, reforzamiento del control de circulación en las calles.

La situación era clara. En lugar de apelar a la vigilancia y movilización de las masas, no solamente por preservas sus conquistas, sino también por profundizarlas; el gobierno confió en el ejército para mantener el orden. En lugar de apelar a las masas, les exige abandonar las calles y confiar en el ejército y sus cuadrillas. Este mismo ejercito decidirá que considerar como “alarmista, exagerada, tendenciosa, dañina o provocativa”. Esta cláusula no estaba destinada exclusivamente a la derecha; de cualquier evidencia, el ejército podría aplicar en caso de publicaciones críticas al gobierno que provengan de la extrema izquierda.

Con ocasión de esta crisis de octubre de 1972, el presidente Allende sintió la necesidad de intervenir personalmente, Dio un discurso alarmado y moderador apelando a que los trabajadores se “abstengan de toda ocupación ilegal” de fábricas. Así prohibiendo cualquier respuesta de mayor eficacia. Y, en consecuencia, lógica, el gobierno cedía a los empresarios del transporte desistiendo con la creación de una compañía de transporte nacionalizada.

Esta capitulación del gobierno de la Unidad Popular frente a la presión y el chantaje de la patronales no fue la primera. Ya había capitulado notablemente frente a la presión de la Cámara chilena de la construcción (CCC), suerte de trust de la industria de la edificación. Esta CCC está ligada al Banco de Chile más allá del control del Estado. El programa de la Unidad Popular tenía un ambicioso plan de construcción de viviendas. Esto tenía un doble propósito; proporcionar un mercado de mano de obra y dar vivienda digna a decenas de miles de familias de las poblaciones. Pero para la nacionalización de la Cámara chilena de la construcción se hacía más necesario prevenir el sabotaje previsible de la gran patronal.

Por lo tanto, esto no ha pasado.

Cuando, en septiembre de 1971, un periodista exige a Raúl Varela, presidente de la CCC, que explique porque el Presidente de la Republica había negado las declaraciones del ministro de Construcción sobre que la industria privada de la construcción no duraría más de un año y medio, a lo que Raúl Varela respondió: “Para nosotros, la última palabra, la más oficial y la más digna de confianza, es la del Presidente de la Republica. Cuando nosotros le demandamos explicaciones, sobre la declaración que usted acaba de mencionar, el Presidente de la Republica nos respondió muy claramente que la actividad del sector privado de la construcción se mantendrá indefinidamente y continuará construyendo en la medida que cumpla con los planes del gobierno1.”

Un poco más de un mes más tarde, el 14 de octubre de 1971, pobladores de las villas miseria realizan una manifestación en Santiago para protestar contra los retardos en desbloquear créditos destinados a viviendas populares. Esta manifestación fue duramente reprimida por Carabineros. Un obrero fue gravemente herido.

Nuevamente, en lugar de apoyarse en los trabajadores para aplicar su programa y hacer retroceder la ofensiva de la patronal, la Unidad Popular corta la rama sobre la cual se apoya. Por esto no es sorpresa que los trabajadores que saben tomar las lecciones de la historia pierdan la confianza parcialmente en la Unida Popular, disminuyendo su apoyo electoral.

De refugiarse en la capitulación, el camino puede ser largo, pero conduce inexorablemente al fracaso. Debido al chantaje de la burguesía, el presidente Allende había sacado del gobierno al ministro de Economía Vuskovic considerado por la patronal como un ferviente partidario de las nacionalizaciones. También había sido sacado de su cargo el ministro de Agricultura, Chonchol, considerado como el ferviente radical causante de la aplicación de la reforma agraria.

Ceder, aunque sea un poco es capitular mucho más… como ocurrió en algunas ocasiones durante aquellos meses. El conjunto de las concesiones dadas se transformaba en una espectacular capitulación. Después de la crisis de octubre de 1972, el presidente Allende confió en un militar, el general Prats, la dirección del gobierno.

La Vie ouvrière (VO)2 comenta acerca dela promoción de un general dentro del gobierno que se reclamaba del movimiento obrero: “Además, si reducimos el cambio en el gabinete ministerial de Santiago tan solo a la entrada de militares al gobierno sería limitarse a una versión parcia. Porque la figura de los trabajadores, representados por los partidos obreros se refuerza. El sindicato único de base, la CUT (Central única de trabajadores), de hecho, entro al gobierno con la persona de su presidente y de su secretario general. Esta es la garantía de que las conquistas sociales serán preservadas y que la marcha hacia adelante continuara.”

La interpretación que da VO de los eventos que suceden en Chile constituye un es un anticipo de lo que sería Francia en la implementación del programa común. La presencia en el gobierno de dos responsables sindicales ¿Puede considerarse una garantía de las conquistas de los trabajadores, mientras que antes de cada enfrentamiento, el gobierno ha renunciado a confiar en la movilización de los propios trabajadores? ¿La entrada de responsables sindicales no más bien una medida de seguridad al momento de que uno de los principales jefes del ejército entra al gobierno? ¿Y no serán dos rehenes más atrapados por la legalidad y la solidaridad (¿mañana complicidad?) ministerial?

L’Humanité califica de “solución original” la presencia del militares y sindicalistas en el gobierno. Esta “solución original” tiene el enfoque de una solución final. En caso de dimisión o desaparición del presidente, sería el general Prats el que ejercería el poder supremo. En el presente, el ejército tiene el poder de arbitrar en casos donde la tensión entre las clases se acentúe, tiene la posición de interpretar la legalidad según su conveniencia.

Y, el colmo de la ironía, son los partidos obreros de la Unidad Popular quienes lo recibieron con una alfombra de triunfo para los sillones ministeriales.

Con esta respuesta, después del llamado de alarma de octubre el gobierno tuvo un respiro. ¿Pero a qué precio? Frente a corresponsales extranjeros, el presidente Allende se expresó así el 21 de octubre: “Nosotros no estamos más al borde de la guerra civil porque la gran mayoría entiende que las acciones sediciosas de un pequeño grupo pueden ser detenidas sin violencia. Si nosotros quisiéramos tendríamos aquí a cien mil ciento cincuenta mil personas. Bastaría con una sola palabra para que quince o veinte mil trabajadores de la periferia industrial de Santiago abrieran las tiendas de Santiago. Les dijimos que no. La fuera de este gobierno está por respetar la Constitución y la ley”. ¡Esto es simplemente enorme! “Si nosotros quisiéramos… bastaría con una sola palabra…” Pero nosotros no queremos y esa sola palabra no será pronunciada… Raramente los representantes reformistas del movimiento obrero, son promovidos a la función de gerentes temporales de la sociedad capitalista, cuando esto ocurre dicen con mayor claridad que su voluntad no está por recurrir a la movilización popular. Les pide a los trabajadores que están dispuestos a luchar contra las amenazas de la reacción, quedarse en casa, mantener la calma. En pocas palabras, los desmoviliza. Al mismo tiempo coloca a un general a la cabeza del gobierno, recuerda que el ejército es el único con derecho a portar armas, excluyendo cualquier perspectiva de la formación de milicias obreras.

Todo está allí.

Allende obtuvo su respiro. Pero en base a la desmovilización de los trabajadores. Llamando a un general, haciendo del gobierno un órgano más de poder parlamentario, extraño a las masas. Si en algún momento Allende, o cualquiera de los suyos, se ve en la necesidad de gritar “¡El lobo!”, ¿los trabajadores, desanimados y decepcionados, le creerán? ¿No abandonaran a su suerte socavada al gobierno como lo comienzan a abandonar en el terreno electoral?

La situación económica es seria. La base popular del gobierno se desmorona. De hecho, ya sacudió un poco el nudo de la legalidad burguesa pasando el cuello de la Unidad Popular.

¿Cómo sucedió?

Algunos dirán que sería ingenuo analizar la situación chilena a través de las declaraciones presidenciales y ministeriales. Si bien estos son solo datos superficiales, su importancia reside en el hecho de que expresan fielmente realidades sociales profundas.

Si las declaraciones de Allende y los resultados electorales indican que la brecha que existe entre el gobierno de la Unidad Popular y las masas podría aumentar, esto es solo resultado de un profundo proceso social, la culminación de los famosos canales legales que revindica el gobierno.

En los tres frentes críticos: la producción, las relaciones internacionales y las instituciones, el gobierno de la Unidad Popular cedió la iniciativa y sus mejores armas a la burguesía. Se le permitió entrar en su terreno. Y eso solo puede provocar la pérdida de la confianza de las masas: es el mal que corroe la experiencia chilena y que le ganara algún día.

¡Primero producir!

La unidad popular definió la batalla de la producción como una tarea central para los trabajadores. En Francia, esto recuerda las posiciones del Partido Comunista en 1945, cuando ocupando algunas sillas ministeriales en el gobierno de Gaulle, agitaba la consigna “¡Producir Primero!”.

Como la Unidad Popular pretendió batir el capitalismo en su propio terreno y con sus propias armas, no es sorprendente que la primera línea de batalla sea la producción.

La unidad Popular se propuso ni más ni menos que renovar el capital. ¡Esto es tan absurdo como que si un esclavo pretendiera economizar una ración de su alimento cotidiano para renovar el látigo del amo que le oprime!

Lo agita, como diciendo, asad el cordero sin que este se dé cuenta: producir la prueba de la superioridad del sector público al sector privado, picoteando de poquito en poco al sector privado.

Como todo debe suceder en el marco de la legalidad burguesa, incluyendo el respeto por la propiedad privada de los medios de producción, lo que constituye un pilar fundamental de esta, muchas de las llamadas 150 nacionalizaciones fueron a través de recompra o indemnización. En estas condiciones cuando se pidió a los trabajadores producir primero, habría que añadir, ¡producir para comprar, producir indemnizar!

¿Y para qué? ¿Indemnizar qué? Para volver a comprar la riqueza que ya han producido con su trabajo y sudor, mediante la explotación capitalista con la que les han despojado: Es una manera de redimir lo que les ha sido robado y trabajar el doble por el mismo resultado. ¡indemnizar a los explotadores de ayer para que inviertan en áreas más rentables en los que continuaran explotando a la clase obrera; incluso cuando utilizan parte de esa indemnización para mantener y reclutar milicias privadas y mercenarios!

Los trabajadores trabajan duro, pero no funcionan por si solos: esta es la fuente de su desmovilización y su descontento predecible con el gobierno. Desde que producen para indemnizar el nivel de consumo solo se puede mantener o hacer crecer lentamente. En el último tiempo, incluso se ha degradado producto de la inflación que provoco una subida de los precios por sobre el salario en gran parte provocada por la burguesía que almacena y oculta los productos de las masas hambrientas, desarrollando un mercado negro que desorganiza la distribución como mostro el dramático ejemplo de la huelga de camioneros y comerciantes.

La obstinada voluntad de la Unión Popular de hacer pasar la movilización de masas a través de la estrecha puerta de la legalidad burguesa explica varias cosas. Una de ellas es la moderación de las medidas sociales.

Las nacionalizaciones eran tibias, a menudo en sectores ya deficitarios como las minas Schwager. Sin embargo, los sectores clave de la economía no se vieron afectados socialmente o políticamente (como la industria química, de la construcción y las papeleras). El gobierno se limita a 150 empresas de las más de 30.000 empresas privadas en Chile. Para entender las nacionalizaciones chilenas se puede aprender del objetivo de las nacionalizaciones francesas de la Libération (Después de la ocupación nazi): Facilitar la inversión de capital privado en la conducción de ramas de la industria en base al aporte de contribuyentes y consumidores, lo que incluye a las tarifas preferenciales de los principales sindicatos de Francia. Por último, como medida de precaución, el parlamento chileno- en el que la derecha burguesa sigue siendo mayoría- aprobó una ley que limita el derecho del gobierno para decidir sobre nuevas nacionalizaciones.

En cuanto a la reforma agraria, la Unidad Popular se ha contentado con aplicar la reforma emprendida por el gobierno burgués que le precedió bajo la presidencia de Eduardo Frei. Es decir, una reforma que solo afecta a las propiedades de más de 80 hectáreas. Sin embargo, la lenta aplicación de la reforma, dejo a los propietarios el tiempo y los medios para maniobrar. Algunos han cortado sus bastos dominios para distribuir ficticiamente entre sus hijos, yernos y primos para escapar del marco de la reforma.

Los grandes propietarios de ganado llevaron a Argentina 200.000 cabezas de ganado antes de ser afectados por la reforma. En Chile incluso eliminaron aceleradamente al ganado, poniendo en peligro el futuro de la ganadería, mientras en el país había escases de carne de vacuno.

La posibilidad de bajar a 40 hectáreas para la aplicación de la reforma agraria se encuentra retenida. Por el contrario, frente al sabotaje de los grandes propietarios, el gobierno ha tenido que reconocer las demandas de los propietarios de ganado y ha entregado maquinaria para sus campos.

Así, la aplicación de la reforma puede llegar a promover la ganadería y la agrupación de maquinaria en las mejores tierras produciendo un desarrollo capitalista-agrícola concentrado, intenso y muy mecanizado, mientras que mantiene a los campesinos pobres en malas parcelas, sin ganado, ni maquinaria, ni capital para la provisión de semillas y fertilizantes. En pocas palabras, genera las posibilidades de permanecer, aunque en una nueva forma, dependiente material y financieramente de los grandes propietarios.

Los trabajadores saben bien que, para no quedar a la merced de la burguesía, deben ir más allá: ocupar las fábricas, ocupar los terrenos, repartir las mercancías (que ocultaba la burguesía), confiar a las masas el control en la aplicación de las medidas, confiarles la defensa, armarse si es necesario, para conservar sus conquistas. Pero la Unidad Popular, eligió inclinarse ante la ley de la burguesía. Eso implica romper el impulso de las masas, para frustrar nuevas conquistas.

El dialogo entre el “camarada Presidente” Allende y Anselmo Cancino, elegido representante de la provincia de linares para el concejo campesino, es esclarecedora y de alguna manera va en aquel sentido. Cancino plantea la cuestión de la situación en la provincia en la que un 35% de la mano de obra agrícola está desempleada, donde los propietarios agrícolas están abiertamente saboteando la producción. Ara contraatacar, los campesinos se ven tentados de ocupar las tierras y hacerlas producir:

“Allende: Ocupar la tierra es violar el derecho. Y los trabajadores deben entender que son parte de un proceso revolucionario que estamos tratando de lograr con el mínimo de sufrimiento, el mínimo de muertos, el mínimo de hambre. Piense en ello. Si se tratara de la misma manera a las empresas importantes que queríamos nacionalizar (las 35.000) ¿Qué sucedería si quisiéramos obtener el control de todas ellas? Cancino: Cambio, camarada Presidente. Allende: No, hay caos. Tengo el deber de demostrar que están equivocados. El problema no solo radica en la forma de propiedad, sino en la producción3[…].”

Una vez más, todo está allí. Para librar la batalla de la producción, hacemos un llamamiento a la responsabilidad de los trabajadores. Y la responsabilidad, en este caso sería nada menos que dar esta batalla en el marco de la propiedad privada y la explotación capitalista lo que inevitablemente engendra el poder de las patronales, por un lado, y perdida del propio, por el otro. Este es un juego que los trabajadores que pueden usar.

La confianza electoral que han demostrado a la Unión Popular deberá ser correspondido mediante un profundo cambio en su situación. Esperaban el cambio, y lo siguen esperando. Si tal cambio no se inicia de manera profunda, radical e irreversible, el motor de la movilización popular se romperá. Y los argumentos ni más refinados, ni las estadísticas más precisas y ni los dirigentes más elocuentes podrán solucionarlo.

El Chantaje internacional

En Chile mismo, la Unidad Popular, al aceptar trabajar en el terreno de la burguesía, se colocó en una difícil situación. A esto hay que añadir el apoyo directo o indirecto que el capital internacional, el imperialismo, puede dar a la burguesía chilena.

El embargo de Kennecott, al cobre chileno, llegado a cabo en otoño con el apoyo de los principales gobiernos burgueses – incluyendo al gobierno de Francia – los complots militares organizados por los trust internacionales como la ITT constituyen una forma espectacular de sabotaje. Ha esto hay que añadir las formas más sutiles. En el área de los créditos: Bancos de EEUU que concedieron en el gobierno de Frei un préstamo de $270 millones, entregaron solo 32 después de la llegada de Allende.

La especulación en la presión internacional es otra forma sutil. La libra de cobre valía 78 centavos de dólar en el mercado mundial en el momento en que los democratacristianos estaban en el poder. Después de la llegada de la Unidad Popular, por ejemplo, el precio se redujo a 48 centavos. Y sabemos que EEUU desempeño un papel clave en el establecimiento de estos precios.

¡Chantajes en los créditos! ¡Tarifas comerciales! Aquí radica la situación económica de Chile, aun cuando se solicite a los trabajadores un esfuerzo extra para compensar los grandes trust internacionales. ¡El 40% de las reservas de Chile de dedica a absorber la deuda externa! Aquí vemos a los absurdos que conduce la línea dura del legalismo en el ámbito nacional e internacional. Imagínense por un momento que en 1917 el compromiso de la joven República Soviética hubiera estado por cumplir con el famoso préstamo ruso y otras deudas contraídas por el zarismo decadente.

¡Desangrado económicamente, ella nunca habría sido capaz de completar victoriosa la guerra civil contra la reacción blanca en el interior y el capital internacional armado fuera!¡Nunca! Es así de simple. Para escapar del bloqueo, del chantaje económico, la Unidad Popular se pone a buscar escapatorias: así, el último acuerdo comercial con los países transandinos, en particular con la Argentina del torturador Lanusse, por el abastecimiento de tarifas aduaneras en 5.000 artículos.

Tales acuerdos se pueden explicar en parte por los cambios que enfrenta en la política exterior de la Unidad Popular. Así mismo, un senador enérgicamente declaro en 1968 en la galería del Senado de Chile: “Aunque los gobiernos reaccionarios estén dispuestos o no, el movimiento popular chileno será implacable y la solidarizara con los que luchan por medios legales o armados por la revolución en América Latina, y te pido que mis palabras queden registradas”.

Así seria. El senador aventurero no era otro que el mismo Allende. Más tarde el mismo lo rechazaría. Cuando en agosto seis militantes revolucionarios argentinos, los combatientes de la revolución latinoamericana, escaparon de la cárcel Rawson, solicitando asilo en Chile. Su suerte fue decidida “legalmente” en manos de la Corte Suprema. El subsecretario de Estado en el Ministerio del Interior – miembro del PC – anticipándose a la decisión de la Corte Suprema, llego a declarar que los refugiados estaban comprendidos en el derecho común y no en el asilo político. En consecuencia, se pretende devolver a los refugiados a sus torturadores argentinos.

Las manifestaciones organizadas por el MIR y sectores del PS en defensa de los refugiados fueron dispersadas. Si finalmente a los seis refugiados se les permitió salir para Cuba es que mientras tanto, en Trelew, 17 de sus compañeros habían sido ejecutados en sus celdas sin ningún juicio, como represalia por su intento de fuga. Por lo tanto, se hacía imposible, teniendo en cuenta la opinión pública, devolver a los fugados a sus ejecutores responsables de tal masacre. Pero falto poco para que la Unidad Popular chilena se hiciera un servicio policial a la dictadura argentina a cambio de un servicio comercial.

La camisa de fuerza de la legalidad

Como ya hemos dicho, Allende fue elegido por mayoría relativa el 4 de septiembre de 1970.

En tal caso el Parlamento tiene que ratificar el resultado de la elección presidencial. Antes de mostrar su respeto por la ley al aceptar, en el Parlamento, a un presidente de la Unidad Popular, la Democracia Cristiana tomo sus precauciones. El 24 de septiembre de 1970 veinte días después de los resultados electorales, preparo un documento para el futuro presidente para condicionar cuestiones clave. El texto resaltaba en particular:

“Nosotros queremos un estado de derecho. Esto requiere la existencia de un sistema político en que la autoridad sea ejercida exclusivamente por las autoridades competentes: ejecutivo, legislativo y judicial […]. Sin la intervención de otros órganos que actúen en nombre de un así llamado poder popular […]. Queremos que las fuerzas armadas y el cuerpo de Carabineros sigan siendo una garantía de nuestro sistema democrático. Lo que implica que se respeten las estructuras y jerarquías de las Fuerzas Armadas y Carabineros […].”

Se trata de una burguesía cultivada, educada, capaz de llegar hasta el final, con sobriedad. Pone inmediatamente dos condiciones que aseguren que la experiencia de la Unidad Popular no pueda cruzar un punto de no retorno:

1. Respeto a la autonomía del ejercito;

2. Rechazar todo organismo directo de poder popular tipo soviet o concejos de obreros.

Esto lo dice claramente; Lamentablemente los partidos obreros no responden de manera clara y directa.

Pero la Democracia Cristiana, y detrás de ellos los sectores más dinámicos de la burguesía chilena, no se contentan con las promesas y compromisos verbales.

Ciertamente Allende había respondido positivamente a las preguntas de la Democracia Cristiana afirmando entre otras cosas que “La Unidad Popular no se involucraría en la designación de los altos mandos del ejército […]”. Pero el 15 de octubre, el Congreso aprobó un documento conocido como “garantías constitucionales” que marcaba los límites legales impuestos por la burguesía a la Unidad Popular.

Con esto, la burguesía no se anda por las ramas. A propósito de los medios de comunicación, por ejemplo, el párrafo 3 del artículo 10 señala: “La propiedad y el funcionamiento de los medios de comunicación no podrán ser modificados mediante una ley”.

Manteniendo la jerarquía militar, rechazando de cualquier órgano de poder popular extraparlamentario, garantizando de la propiedad privada de los medios de comunicación: La burguesía sabe resaltar las fronteras de su propio orden social. Al firmar todos estos requisitos, la Unidad Popular se precipitó hacia la trampa que le tendían. El presidente Allende al aceptar esto, aceptaba la inamovilidad de los funcionarios según lo quería la Democracia Cristiana.

En otras palabras, todo el personal político vigente en materia de educación, los ministros y el ejército del régimen burgués permanecerá en su llegar. La Unidad Popular deberá gobernar apoyándose en un personal que le es hostil, y que no dudara en sabotearla, cuando sea el momento apropiado para la traición. Es como que un ejército aceptara partir una campaña otorgando inmunidad para que se reclutaran espías enemigos en sus filas. Una de las primeras medidas que habría tenido que tomar un gobierno verdaderamente obrero es la depuración de todos los órganos administrativos.

Un elemento muy importante también, es el hecho de haber dejado los medios de comunicación a disposición de las fortunas privadas. A partir de esto, la prensa reaccionaria orquesta toxicas campañas. Fue ella la que preparo y proporciono eco a la manifestación denominado “cacerolas vacías”, la primara gran manifestación en las calles contra el gobierno en diciembre de 1971, organizada para protesta contra la escases de alimento alegado por las amas de casa de los barrios burgueses de Santiago. Esta es la intimidación que organiza la prensa contra los partidarios de la Unidad Popular. Por ejemplo, durante la huelga comercial de octubre, el periódico reaccionario Tribuna publico una lista negra de los comerciantes que no estaban en huelga y por lo tanto sospechoso de simpatía con el gobierno haciéndolos blanco de las bandas de la extrema derecha. Un gobierno obrero genuino habría nacionalizado las imprentas, papeleras, mensajerías, en fin, los medios de comunicación, poniéndolos a disposición de los grupos políticos, sindicatos y culturales.

¿Un ejército democrático?

Los ideólogos del PC chileno como los del PC francés reconocen con facilidad que la experiencia chilena de transición al socialismo no es ortodoxa. Sin embargo, para esos mismos ideólogos, la originalidad de la experiencia realizada trae con sigo la originalidad de la idea de que el ejército chileno está impregnado por tradiciones democráticas, lo que es la piedra angular de su edificio.

El PC chileno toma su prueba tomando el hecho de que el general Schneider, jefe del ejército, fue asesinado por hacerse declarado fiel a la ley y listo para servir, si la ley lo requería, al gobierno de la Unidad Popular. Lo que el PC chileno olvida decir es que otros sectores, en particular, afines al general Viaux, estuvieron involucrados en el asesinato. ¡El mismo Viaux fue condenado por la justicia chilena a veintidós años de prisión! ¡Indulgencia notable para una conspiración militar!

Sobre la base de las tradiciones democráticas del ejército chileno, [el PC chileno], se olvida de sus crímenes y de que sigue siendo un ejército burgués. Es decir, un cuerpo de represión autónomo usado por la burguesía para su propio beneficio. El ejército chileno cuenta con 60.000 soldados profesionales, a lo que se suman 24.000 carabineros. ¡Aproximadamente 8 hombres de cada 1000 habitantes! Además de todas las empresas con mercenarios agregan un contingente no conocido. El ejército chileno tiene también casi 3.000 oficiales de carreras entrenadas entre 1950 y 1965 en cuerpos anti-guerrilla, en lugares como Panamá. Este entrenamiento no solo se llevó en el terreno militar, sino también ideológico. Hoy en día, sin ningún apuro ni interrupción de la jerarquía militar, durante la presidencia de Allende, mientras gobierna la Unidad Popular, la formación de oficiales en Panamá continua. ¡Si continua! Del mismo modo, en octubre de 1971, la armada de Chile hizo maniobras conjuntas con la flota de Estados Unidos en el Pacifico, bajo el nombre de Operaciones Unidas.

Sobre la base de las tradiciones democráticas del ejército chileno se sigue trágicamente olvidando, que tal ejercito burgués (¡hay que decirlo y repetirlo, porque no puede ser socialmente neutral!) no se queda fuera de la lucha de clases. Si el conflicto entre las clases se agudiza, deberá elegir un bando. No entre la legalidad y la ilegalidad, sino entre la burguesía y el proletariado. Si acepta quedarse fiel a la ley, significa que ya eligió un bando, ya que esta ley nadie debe olvidarlo es la ley de los patrones, la ley de la burguesía. A lo sumo puede esperarse que el ejército no va a pasarse completo al bando de la burguesía, que lo formo y lo alimenta, podemos tener la esperanza de que será dividido. Pero no es suficiente con la esperanza. Debemos trabajar con ese objetivo. Al trabajar desde dentro de ella hay que desarrollar ideas revolucionarias. No es suficiente para convencer a algunas cabezas del Estado Mayor, hay que trabajar sobre la base del ejército.

En cambio, tentando a la suerte, el PC chileno se postra miserablemente ante el ejército, los espadachines del mañana; los Gallifet, los Suharto, los Papadopoulos y los Banzer chilenos que espera su hora. En lugar de mostrar su compromiso con la lucha, su anti-militarismo revolucionario, el órgano de prensa del PC, Puro Chile, publicaron en ocasión de la fiesta nacional una imagen de un cuerpo de boinas negras (cuerpos antisubversivos) cuyos agentes son capacitados en Panamá, con una leyenda aterradora: “Su aspecto marcial y su extrañeza atrajo el favor del público”.

El PC chileno trabaja duro para mostrar una imagen democrática del ejército chileno para confirmar su tesis de la “vía pacífica”. En un documento, La Vie ouvrière, les tiende una mano: “Nótese en primer lugar que el ejército chileno, a diferencia de la mayoría de los ejércitos de otros países de América latina y muchos otros países del mundo, es respetuosa de la legalidad [¿qué legalidad? La de la burguesía por supuesto NdeA] y el sufragio universal. El ex-jefe del Estado Mayor, el general Schneider, fue asesinado por los hombres de la extrema derecha por negarse a organizar un golpe contra la Unidad Popular. Por otro lado, los militares se oponen a todo intento de insurrección por grupos fascistas. Sin brutalidad excesiva, pero con la firmeza para mantener el orden”.

¿Sin brutalidad excesiva? ¿Y cuál orden? ¿Y la masacre en lo Hermida? Lo Hermida es una villa miseria. En la primavera pasada [primavera de 1972], ocurrieron diferentes enfrentamientos entre los pobladores y la policía. Dos vehículos blindados y 30 coches más tomaron posición alrededor de la población. Por el altavoz, llaman a los pobladores a salir “”. Y abrieron fuego. Dejo un balance de cuatro muertos, 15 heridos y 160 detenciones. Este caso nunca se ha negado. ¿Quién decidió la matanza? Eso no se sabe. Tan solo se saben las medidas adoptadas: la suspensión de sus funciones del secretario (miembro del PS) y subsecretario (miembro del PC) de la secretaria general de gobierno.

Por lo tanto, el secretario general del PC, Luis Corvalán, sigue reafirmado su confianza en los “nuevos vientos” que cruzan al ejército. El ejército es mucho más lúcido, mas consiente de su verdadera función. El memorial del ejército, órgano del Estado Mayor, dijo que su misión “sigue siendo la continuidad de la democracia formal y de la solidaridad occidental […]”.

En lugar de agotar a los trabajadores en la batalla de la producción, apenas hubo la intención de redimir sus cadenas. Un gobierno real de los trabajadores se dedicaría audazmente a la expropiación sin compensación o reembolso de las grandes empresas. En lugar de someterse al estrangulamiento comercial y financiero del imperialismo, se negaría a reconocer las deudas de la burguesía en banca rota e instauraría el monopolio del comercio exterior.

En lugar de quedarse atrapado en las barreras de la ley y de las instituciones burguesas, limpiaría la administración y alentaría el nacimiento y el desarrollo de órganos de poder popular en base a las fábricas y poblaciones. En lugar de confiar el mantenimiento del orden al ejercito burgués, habría alentado la auto-organización de los soldados favorables al gobierno, fomentando la formación- y el suministro de armas-de milicias populares sostenidas en las empresas y barrios.

Frente a cada situación, la Unidad Popular ha optado por mantener la legalidad burguesa. Se ha debilitado cortando sus lazos con la movilización de los trabajadores. Su gobierno se vuelve cada vez más vulnerable a las maniobras y los tiros de la burguesía tratan de deshacerse de él. Esta es la tragedia del proletariado chileno.

¿Dónde va chile?

La burguesía chilena no ha perdido la cabeza ante la llegada al poder de la Unidad Popular. Dado que los partidos obreros se han comprometido con la legalidad burguesa, ella se esfuerza por mantener su terreno, sabiendo que el tiempo trabaja a su favor.

El órgano teórico de la democracia cristiana expone con todas sus letras su estrategia inspirada por los mariscales rusos contra Napoleón:

“[…] Practicar la retirada estratégica, dejar que el enemigo penetre en el corazón del territorio amigo, paralizarlo, debilitar la tierra quemándola, utilizar la guerrilla para golpear por la espalda y luego pasar a la contraofensiva, cercarlo y destruirlo.” Está claro, es muy sencillo, y de alguna manera, funciona. A fuerza de manejar el aparato del estado burgués, dejas de usarlo. A fuerza de querer permanecer en la legalidad burguesa, terminamos por hacer cumplir a los otros, a los trabajadores. Se puede mucho mantener vínculos con las masas y gobernar con un aparato estatal amablemente prestado por la burguesía, con la promesa de devolverlo.

La marcha hacia el socialismo requiere una fuerte movilización de las masas. Es un duro camino y requiere de buenos zapatos con buena suela y buen encaje. En su lugar la Unidad Popular pide prestados los zapatos de tacón de la burguesía: las masas comienzan a paralizarse y se niegan a caminar.

La burguesía lo sabe bien. Cuando ella habla de “atacar al enemigo por la espalda” sabe de qué habla. Se apoya en el cansancio de los trabajadores.

Para ella, las próximas elecciones legislativas serán una prueba. Si ellos mantener o refuerzan la mayoría burguesa, Allende se convertirá en un presidente en libertad condicional, con una correa. Frei sería una figura casi segura para el reagrupe de las voces de la burguesía que se habían dividido en las presidenciales de 1970 entre el candidato del Partido Nacional, Alessandri, y el candidato de la Democracia Cristiana, Rodomiro Tomic.

Si en ese caso los partidos burgueses volvieran al gobierno, por la vía electoral, ellos no habrían perdido nada. Por el contrario, habrían confiado parasitariamente, a los partidos obreros, la delicada tarea de racionalizar y reorganizar la economía: la nacionalización de las perdidas, concentración de capital en sectores claves y la modernización de la agricultura. Aun mejor, han hecho reclamar por parte de los partidos obreros el esfuerzo extra a los trabajadores, necesario para la reestructuración capitalista.

En el caso improbable de que la batalla electoral, no resultara de manera satisfactoria, la burguesía chilena aún tiene tiempo de recurrir a otros medios. Ya fueron denunciadas muchas conspiraciones contra el gobierno: el complot de la ITT, el complot de septiembre (la huelga de los camioneros se presenta como un elemento), conspiración conocida con el nombre de Calvo Sotelo4, lo que demuestra que la burguesía chilena conoce los clásicos históricos y, a diferencia de los partidos obreros, pueden hacer una conexión entre la situación actual de Chile y la España de los 30’.

Hasta este momento, las iniciativas las han llevado secciones limitados de la burguesía. El día que los sectores dominantes de la burguesía ya no crean en la solución electoral, utilizaran medios a una escala completamente diferente.

El PC y la “vía no armada”

Frente a los proyectos claros de la burguesía, ¿Qué respuesta prepara el movimiento obrero? Para encontrar la respuesta, la mejor manera es examinar las posiciones del PC chileno. En primero lugar porque sigue siendo la fuerza dominante en el movimiento obrero. En segundo lugar, porque, a diferencia de sus aliados, posee una ideología y una línea política relativamente consistente.

El primer punto de la argumentación del PC chileno es que el aparato estatal puede pasar como tal a manos de los trabajadores. Sin destruirlo y remplazarlo por un poder totalmente diferente directamente ligado a las fábricas, como afirma Lenin en El Estado y la Revolución. El secretario general del PC chileno es absolutamente claro en este punto: “Una vez conquistado el poder ejecutivo, se crearían mejores condiciones para obtener la mayoría absoluta en el Parlamento, por lo tanto, transformarlo de ser un instrumento de dominación de las clases reaccionarias, en herramienta de liberación del pueblo” ¡Como si un instrumento pudiese cambiar en función de la mano que lo usa! ¡Como si un extintor de incendios pudiese convertirse en antorcha según la mano que lo usa! Este aparato estatal, la burguesía lo ha construido para sus fines y a su imagen. Por lo tanto, clara y evidentemente habría que romperlo.

El reformismo sigue su lógica, y es implacable. Desde el momento en que uno dice que usa el aparato del estado burgués, sus instituciones, su personal, surge todo lo demás. Incluyendo la obstinada regla de obedecer la ley.

Volodia Teitelboim, teórico y miembro del Politburó del PC chileno, cultiva a su mayor nivel el cretinismo legal: “El movimiento gano una parte significativa del poder, a través de una vía que no es la clásica (¡esto es lo menos que puede decir!). Debemos transformar la legalidad burguesa del Interior (¿?¡!), con el apoyo de las masas con el fin de construir una nueva legalidad popular. En esta situación, la lucha de clases es feroz. La derecha no dudo en utilizar el asesinato político contra el general Schneider; ella no dudara en utilizarlo, de ser necesario en el futuro. Avanzar dentro de la ley, lo que es como caminar sobre un abismo (es bueno oírlo). Pero es nuestra mayor fortaleza. (¿esto es lo que se llama paradoja!). No es romántico, tampoco es heroico. Pero la burguesía quiere que utilicemos la ilegalidad para obtener el apoyo del ejército. Esta porque nosotros utilicemos la ilegalidad5.”

Este descarado revisionismo fue, irónicamente reproducido por La Nouvelle Critique, revista teórica del PC francés. Recuerda irresistiblemente a la liebre que se atrapa más y más, luchando en las cuerdas de la legalidad. Y eso es una buena innovación en el análisis marxista de la ley: ¿una ley por encima de las clases?, cada ¿una de las cuales la intentan de aprovechar a su manera? ¿Acaso será una ley divina? ¿Un derecho natural? Para nosotros, la ley es parte del arsenal de una clase que domina a la otra. ¡Sentarse en la legalidad de la burguesía es poner la cabeza en la guillotina de la justicia!

Comprendemos de mejor manera que, completamente encerrado en una concepción fetichista, a-histórica, de la legalidad, Luis Corvalán, secretario general del PC, no vea ninguna vía de escape. En una declaración suya el 25 de mayo de 1972, dijo: “Creemos que actualmente no hay manera de cambiar la ley y las instituciones, por ningún medio, ni los legales o la ruta ilegal6.”

Existen estos medios. Sin embargo, el PC se niega a usarlos. Lo que es peor, les teme. El primero de estos medios es la movilización de masas. Dejemos que el mismo Corvalán explique el propósito de los famosos comités de unidad popular [CUP] organismo de base de la campaña presidencial: “Tomemos el caso de la CUP, tuvimos 15.000 en el momento de la campaña. 3.000 han desaparecido, 2.000 son funcionarios, el resto se mantiene pasivo. La mayoría tenía una orientación esencialmente electoral, y posteriormente el movimiento unitario del pueblo ha creado otras formas de organización7 […].”

Esas otras formas de organización son esencialmente comité de reabastecimiento donde la dinámica está limitada en virtud de su función. Sin embargo, cualquier intento de impulsar comités de fábricas en los sitios de producción, donde se puede poner en tela de juicio la base del mismo poder burgués, ha sido frenado.

El PC chileno es reformista y revisionista. No de manera vergonzosa y discreta, sino con firmeza y gloria. No se contenta con capitulaciones reformistas, las teoriza. No se conforma con teorizar los aspectos específicos de Chile, expuso sus descubrimientos en la tribuna de la conferencia internacional de Partidos comunistas celebrada en Moscú en junio de 1969. Corvalán declara: “En lo que a nosotros concierne, tenemos, después de algún tiempo dejaremos de avalar de vías pacíficas y no pacíficas, pues pasaremos del problema de la vía armada y la vía no armada8.”

¡Es una pena! Incluso los estalinistas y reformistas más probados mostraron de mínima modestia frente a los clásicos [del marxismo]. Ellos tomando algunas citas de Lenin fuera de contexto sobre junio de 1917 sobre las posibilidades de una pequeña vía pacífica o poco sangrientas al socialismo, generalizándola en nuestro tiempo, independiente de la movilización, la auto-organización, el armamento del proletariado ruso en la primavera de 1917. Pero se mantiene abierto, para no ser criticado por asumir a priori una vía no pacífica. E incluso, la más grande probabilidad a la vía pacífica no excluía a priori la necesidad del armamento del proletariado. Como mínimo la cuestión sigue siendo vaga.

Corvalán elimina toda ambigüedad. Al hablar de la vía no armada, excluye la posibilidad de una vía no pacífica, violenta. Hablando de la vía no armada, no es neutral, es desarmar el “deseo de armarse” del proletariado, mencionado por Lenin, es el desarme absoluto. Es preparar el trabajo de los verdugos.

Es interesante que, en las columnas de La Nouvelle Critique, Christine Glucksmann hable a propósito de Chile y las tesis de Corvalán “una nueva forma histórica de doble poder, bastante diferente a las condiciones históricas y políticas de las analizadas por Lenin”. ¡No se trata de una nueva forma, sino de la negación del doble poder! La dualidad de poder no es compartir los boletines en las instituciones parlamentarias entre los partidos obreros y burgueses, sino que nace en las fábricas, en el campo, en las calles, un nuevo poder directamente representativa de los trabajadores, irreconciliables con el viejo aparato burgués.

Esto es cien veces más claro que las artimañas ideológicas de todos los estalinistas chilenos y franceses juntos.

Defensores de una línea de capitulación frente a la burguesía, los estalinistas chilenos son en los hechos, sus agentes prácticos. Un partido reformista no es un partido revolucionario indeciso, que pierde solamente la audacia y el coraje. Este es un partido que, en el momento de la elección decisiva en la lucha de clases, cambiara al lado del orden burgués y de la reacción.

Es lo que hicieron los socialdemócratas alemanes al convertirse en asesinos de Rosa Luxemburgo, es lo que hicieron los estalinistas españoles al convertirse en los verdugos de Andrés Nin.

El 12 de mayo de 1972 en Concepción, el MIR pretendió organizar una contra-manifestación a la marcha organizada por los fascistas de Patria y Libertad. La contra-manifestación, pese a que fue prohibida por el gobierno, se realizó. Un estudiante secundario del MIR fue muerto por la represión, hubo decenas de herido. Incluso se sabe que militantes del PC habrían jugado un rol activo, en la defensa del orden.

Por último, en la edición de agosto de la Nouvelle Revue internationale (Revista del movimiento comunista oficial ligado a la URSS) aparece, entre un artículo de Podgorny y uno de Pasionaria, un estudio sobre el “revolucionarismo pequeñoburgués en Chile”. El articulo interpela enérgicamente a los revolucionarios acusándolos de izquierdismo: “Se oponen, sin rodeos, a la batalla por la producción y con ello a la necesidad de preparar política y físicamente a las masas para la toma del poder9.” No podría ser más clara: ¡todo está allí en verdad!

¡La culminación de una solución revolucionaria pasa por la construcción de un partido revolucionario!

Ya es un hecho: Chile no está llegando poco a poco y de forma pacífica al socialismo.

La situación de la Unidad Popular solo puede deteriorarse. Sin embargo, aún existen soluciones. Pero ello requiere de una política enérgica.

Contra el sabotaje de la producción y los intentos de matar de hambre a los trabajadores, hay que aprovechar el descontento, ¡Expropiación sin indemnización o reembolso de los sectores clave de la economía incluyendo la distribución y la información! ¡Ampliación y profundización de la reforma agraria!

Contra el chantaje económico del imperialismo ¡no pago de las deudas e instauración del monopolio exterior! Contra la lógica capitalista de la economía de mercado regida por el lucro ¡Desarrollo democrático de un plan económico discutido por los trabajadores para la satisfacción de sus necesidades!

Estas medidas decisivas requieren el apoyo entusiasta de las masas. ¡Ellos solo pueden tener éxito con una intensa movilización de las masas en sus fábricas, sus barrios y pueblos, con la aparición y proliferación de organismos de poder popular en la base! Contra las amenazas del ejército y de la reacción es necesario poner en marcha de inmediato una purga de la policía y de la administración, y la organización de comités de soldados dispuestos a alinearse con los trabajadores y sobre todo a armar a los mismos trabajadores mediante la formación de milicias populares.

Estas soluciones no son invenciones “izquierdistas” ajenos a la situación chilena. En Chile mismo, era más o menos claramente adelantado por los militantes revolucionarios.

El MIR ha promovido y alentado las ocupaciones de terreno, incluidos los campesinos mapuches, lo que desborda el marco legal de la reforma agraria. Los militantes han apoyado las ocupaciones de las fábricas que no estaban en la lista de las nacionalizaciones previstas. En algunos casos, la movilización de los trabajadores ha insinuado su generalización: si en algunas minas la lucha de los trabajadores contra las indemnizaciones de los ricos de ayer, concluyo en una victoria.

El MIR también denuncio la trampa en que está envuelta la Unidad Popular. Solicito la disolución del parlamento burgués, tomo la iniciativa en las calles contra los actos de los grupos fascistas del tipo Patria y Libertad.

La situación actual en Chile requiere más que nunca de la presencia de un partido revolucionario que dirija a las masas. Las respuestas dadas por los revolucionarios chilenos, en general y por el MIR, en particular, muestran que tal partido aún no existe, aunque existen elementos para construirlo.

El MIR, continúa haciendo referencia a privilegiar a la dirección cubana. Esto es un obstáculo para la adopción de una estrategia revolucionaria efectiva, que no puede – en el momento de la crisis internacional del estalinismo, de la nueva maduración de vanguardias a nivel mundial – no tener en cuenta la dimensión internacional y crecer en un campo estrictamente nacional sin aprender de las grandes derrotas.

El MIR, es más como un frente, como un movimiento, no es un partido. Con el pretexto de preservar su unidad, admite el flujo de documentos dentro de él, mas no el derecho a conducir el debate mediante la organización de tendencias en la ocasión de un congreso. Lejos de ser un signo de fuerza, esta limitación de la democracia interna constituye un desvío de los debates profundos necesarios para lograr hoy una política y cohesión ideológica esencial para hacer frente a las próximas batallas.

Los militantes del MIR que han logrado una inserción real en franjas de trabajadores y sectores populares deben ser parte de la construcción de un partido revolucionario en Chile, ya que esta tarea aún queda por hacer. Y es cada vez más urgente.

La situación chilena recuerda a la de España antes del estallido de la guerra civil en 1936. Se siente el choque preparatorio entre las clases.

Ya sea si la burguesía logra victorias al corto plazo por vías electorales enfrentado a un proletariado desmovilizado. O bien, la confrontación violenta se hará inevitable.

La evolución de la situación en Chile es sin duda un factor de clarificación política. El ejemplo citado, sobre que hay algunos meses, para fortalecer las perspectivas de victoria electoral de la izquierda y mejorar la situación de la “vía pacífica de transición al socialismo”, es un ejemplo de doble filo: pues se utilizara ahora contra los que la utilizaron primero.

La lucha sigue abierta y el tiempo es corto. Una derrota política, y más aún una derrota militar del proletariado chileno, tendría un gran peso en el futuro de la revolución en toda América Latina. Sería un golpe en el actual ascenso de la revolución mundial. Este es el verdadero problema.

Por lo tanto, tomando las lecciones de la experiencia chilena, hay que prepararse para las tareas de la solidaridad internacional que debemos tener con el proletariado chileno.

Debemos hacerlo con todo hecho en Chile y el mundo, esperemos que la experiencia chilena derrote a la burguesía y al reformismo, y no dé lugar a una nueva derrota sangrienta del proletariado chileno, similar a la experimentada, en agosto de 1971, por el proletariado de la vecina Bolivia.

Artículo publicado en Rouge. En el primer trimestre de 1973.
No se sabe la fecha exacta.
Tomado de: www.danielbensaid.org

  1. Entrevista publicada en la Segunda, el 3 de septiembre de 1971.
  2. Periódico de la CGT francesa.
  3. Cita de Punto Final n° 138, 8 de junio de 1971.
  4. Calvo Sotelo fue dirigente de la derecha reaccionaria en las cortes españolas en 1934. Su asesinato preludio la declaración de la guerra civil.
  5. Cita de La Nouvelle Critique n° 47.
  6. Luis Corvalan, Chile, Los comunistas en la marcha al socialismo, Ediciones Sociales, p. 263.
  7. Ibid., p. 268.
  8. Ibid., p. 84.
  9. Nouvelle Revue internationale, año 1972, p. 131.

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«Cantos para Jenny y otros poemas», por Karl Marx (2000).

«Como ocurre tantas veces, su amor, el amor del Marx enamorado, fue más grande y más auténtico que la palabra poética que produjo. Pero también él se dio a la rima y buscó su música por amor. Y supo luego ironizar sobre el intento. Y también por eso, porque lo intentó y por la autoironía, supo hacerse amar y apreciar por los suyos. Los demás, con el tiempo y la distancia, le clasificamos y le calificamos. Al hacer ese ejercicio distanciado no deberíamos olvidar, sin embargo, que no somos nosotros los destinatarios de aquella pasión juvenil. Toda Jenny, de entonces y de ahora, sabe que «el tómalos, toma estos cantos y el “para aplacar en tí gozo y dolor” abren expectativas eróticas que el crítico literario intelectualista sólo puede, en el mejor de los casos, sospechar, En esa convicción y en la simpatía por las Jenny (y por los Marco Fonz que dedican su tiempo a estos amores de otros tiempos) baso yo, que ni si quiera soy crítico literario, el atrevimiento de presentar aquí este Marx olvidado» (pág 23-24).

Hoy, a 207 años del natalicio de Karl Marx, compartimos el PDF de una antología —raramente conocida, y mucho menos leída— poética del joven Marx. Un conjunto de poemas que, aunados a un estudio por Francisco Fernández Buey, nos recuerdan que el Moro, nuestro Marx, también vivió, en una incendiada pasión, el amor. Un amor sin el que no podríamos disfrutar de su espléndida obra. Para terminar, qué mejor que recomendar una investigación a propósito de la relación entre Karl y Jenny: «Amor y Capital: Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una Revolución», por Mary Gabriel (2014). Pueden descargarlo haciendo click en el título.

Ahora bien, pueden descargar la antología poética aquí:

«Cantos para Jenny y otros poemas», por Karl Marx (2000). El Viejo Topo.

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«Sindicatos: ¿pilares del sistema o sus oponentes?», por Ernest Mandel (1970).

El movimiento sindical moderno es producto de la primera fase del capitalismo moderno, el de la libre competencia. El modo de producción capitalista niega a los productores el libre acceso a los medios de producción y los alimentos, obligándolos así a vender su fuerza de trabajo para obtener los medios de subsistencia diaria; su fuerza de trabajo se transforma en una mercancía. Como cualquier propietario de mercancías, el propietario de la fuerza de trabajo va al mercado a venderla. Como cualquier otra mercancía, la mercancía fuerza de trabajo se vende finalmente por su valor, es decir, al precio de producción socialmente promedio. Sin embargo, en comparación con todos los demás propietarios de mercancías en el capitalismo, los vendedores de fuerza de trabajo se encuentran en una situación diferente, institucionalmente distinta. Condicionado por el modo de producción capitalista, el vendedor de fuerza de trabajo se ve obligado a vender su mercancía al precio corriente del mercado, porque no puede retirarla del mercado para esperar una situación de mercado más favorable. Si se niega a aceptar el precio actual del mercado, él y su familia corren peligro de morir de hambre. Por eso, en condiciones capitalistas normales, y especialmente cuando el desempleo estructural es alto (y con la excepción de las colonias de colonos escasamente pobladas, el inicio de la industrialización determina este alto nivel), la fuerza de trabajo se vende continuamente por debajo de su valor[1].

El movimiento sindical moderno surgió como respuesta de los trabajadores asalariados a tales condiciones. Si la competencia entre los empresarios capitalistas se extiende a la competencia entre los vendedores de la fuerza de trabajo, aquellos que dependen de los salarios están impotentes frente a la tendencia del salario a caer por debajo de los costos de producción de la fuerza de trabajo. Los sindicatos son un intento de limitar la atomización de los dependientes del salario. En la medida en que la venta ya no es individual sino colectiva, la desigualdad institucional de compradores y vendedores de fuerza de trabajo se ve limitada.

¿Sindicatos neutrales?

En sí mismos, por lo tanto, los sindicatos no son contradictorios con el capitalismo. No son un medio para abolir la explotación capitalista, sino solo un medio para asegurar un nivel de explotación más tolerable para la masa de asalariados. Están destinados a lograr aumentos salariales, no a abolir por completo el trabajo asalariado. Pero al mismo tiempo, los sindicatos en sí mismos no están en conformidad con el sistema capitalista. Porque al detener la caída de los salarios reales y al poder, al menos periódicamente y bajo ciertas condiciones, aprovechar las fluctuaciones favorables en la oferta y la demanda de fuerza de trabajo para aumentar el precio de mercado de este producto, los sindicatos permiten que la masa organizada de la clase obrera supere el mínimo de consumo y necesidades. De ese modo, la organización de clase, la conciencia de clase y una creciente autoconfianza pueden emerger a una escala más amplia y crear las condiciones previas necesarias para luchas de masas antisistémicas más amplias.

Para funcionar y expandirse normalmente, el movimiento sindical moderno requiere dos condiciones económicas previas. En primer lugar, un grado de industrialización o crecimiento económico medio en el que tienden a crearse más puestos de trabajo que los que se suprimen por los procesos de ruina de los artesanos y campesinos autónomos por la concentración del capital. En segundo lugar, una forma de funcionamiento del modo de producción capitalista en la que la determinación de los salarios por las fluctuaciones de la oferta y la demanda de la fuerza de trabajo, es decir, por la situación del mercado de trabajo, no pone en peligro los intereses vitales de los más poderosos. estratos de la clase dominante. Históricamente, estas condiciones se han realizado solo en Occidente, y solo en la primera fase imperialista del capitalismo monopolista, aproximadamente entre 1890 y 1914.

Si no se cumple la primera condición, los sindicatos siguen siendo débiles e ineficaces, como ocurrió en Gran Bretaña en la primera parte del siglo XIX y en el resto de Europa occidental hasta la década de 1880. Este sigue siendo el caso hoy en día en los países del llamado ‘Tercer Mundo’. Si la segunda condición ya no se cumple, los grandes empresarios capitalistas se dedican a restablecer las condiciones necesarias para la valorización del capital mediante la eliminación de los sindicatos libres. Esto sucedió generalmente en los países económicamente más débiles de Europa en el momento de la gran crisis económica.

El hecho de que los sindicatos en sí mismos no sean antagónicos ni partidarios del capitalismo ha dado lugar, desde finales del siglo XIX, a opiniones sobre su «neutralidad con respecto al modo de producción capitalista». Estas ideas ya existían desde hacía mucho tiempo entre los sindicatos «puros» de Gran Bretaña, pero también surgieron en los sindicatos fundados por socialistas. El argumento es que los sindicatos deberían limitarse a la organización de los asalariados y que a través del creciente poder de esta organización podrían eliminar los peores excesos de la explotación capitalista y asegurar un nivel de vida cada vez mayor para los trabajadores. Este poder obligaría entonces a la sociedad burguesa a adaptarse gradualmente a procesos objetivos de socialización. El resto podría dejarse al sufragio universal.

El revisionismo abiertamente expresado por Bernstein estaba completamente en línea con los deseos de los círculos dirigentes de los sindicatos. Durante los debates dentro del movimiento obrero alemán antes de la Primera Guerra Mundial, estos círculos fueron los opositores más feroces a la izquierda dirigida por Rosa Luxemburgo. Detrás de las opiniones revisionistas había un cierto pronóstico histórico, a saber, el de una reducción gradual de los antagonismos de clase dentro del modo de producción capitalista como resultado del poder organizado del movimiento obrero, en primer lugar, los sindicatos. Sesenta años después, economistas liberales británicos y estadounidenses como Galbraith han revivido a Bernstein con sus teorías de los «poderes compensatorios» y la «sociedad mixta».

Desafortunadamente, la historia del siglo XX no ha confirmado en modo alguno las ilusiones de una reducción gradual de las contradicciones internas del modo de producción capitalista. Desde que este modo de producción cumplió su tarea histórica de crear el mercado y la expansión mundiales de la producción de mercancías, una larga serie de sacudidas ha testimoniado la creciente explosividad de estas contradicciones. Dos guerras mundiales, la gran crisis económica de 1929-32, la expansión del fascismo por toda Europa, el modo de producción capitalista perdiendo el control de un tercio de la tierra, una cadena ininterrumpida de guerras coloniales en los últimos 20 años, el terrible peligro que representaba al futuro de la humanidad por la carrera de armamentos nucleares son solo algunos de los indicadores más importantes de estas explosivas contradicciones.

Las teorías sindicales que nacieron de las esperanzas de un progreso gradual e ininterrumpido se mostraron incapaces de reconocer, y mucho menos de resolver, las nuevas tareas históricas que enfrenta el movimiento obrero en la época actual. La adhesión a la teoría y la práctica sindicales «puras» estaba destinada a llevar a la conclusión de que solo un capitalismo vigoroso y saludable podía garantizar aumentos salariales. Por lo tanto, los líderes sindicales estaban preparados para ser el médico en el lecho del enfermo del capitalismo, y en lugar de tratar de ayudar a este paciente a su fin, se comprometieron a curar el capitalismo por cualquier medio necesario. La paradoja alcanzó su apogeo cuando se aceptaron recortes salariales para producir un capitalismo ‘sano’, es decir, para lograr aumentos salariales posteriores. Un movimiento sindical que llegó a conclusiones tan absurdas obviamente había llegado a un callejón sin salida.

Crecimiento de la burocracia sindical

En una sociedad construida sobre la producción generalizada de mercancías y la división del trabajo, cada institución está sujeta al peligro de reificación y de convertirse en un fin en sí mismo, es decir, de perder su función original y servir sólo a su propia conservación. Este peligro es particularmente grande cuando en tal institución surge un estrato social cuyo interés material está íntimamente ligado a la autoconservación de la institución en cuestión. Esta paradoja se explica, al menos en parte, por el proceso de burocratización del movimiento sindical, un proceso que está estrechamente relacionado con la degeneración de la teoría de la lucha de clases en la teoría y práctica de la cooperación de clases. La paradoja, sin embargo, también tiene raíces ideológicas independientes que corresponden a las contradicciones internas de la teoría sindical ‘pura’. A medida que la ideología de la burocracia sindical comenzó a determinar un cambio en la función de los sindicatos, gradualmente, en la era del capitalismo tardío, se hicieron visibles procesos objetivos cada vez más fuertes que empujaban en la misma dirección.

Desde la década de 1940, el capitalismo tardío ha estado marcado por la tercera revolución industrial, por una renovación tecnológica acelerada. Esto determina un acortamiento del ciclo de reproducción del capital fijo e implica una compulsión creciente hacia la planificación de inversiones a largo plazo, a la planificación exacta de costos y, por lo tanto, también a la planificación exacta de costos salariales. Esto necesariamente reduce el campo tradicional de la actividad sindical. El modelo ideal para el capitalismo tardío ‘organizado’ es una coordinación económica y social generalizada que permite a las grandes corporaciones coordinar sus programas de inversión entre sí. Bajo la regla de la propiedad privada de los medios de producción, esta coordinación debe permanecer puramente indicativa en la esfera económica, pero pretende ser imperativa en la esfera social. De ahí la presión en todas partes a favor de la ‘acción concertada’, la ‘política de ingresos’ y la ‘programación social’. Detrás de todas estas fórmulas hay un único objetivo: desmantelar la autonomía de los sindicatos en la negociación colectiva. El objetivo es evitar que los trabajadores exploten coyunturas temporales favorables en el mercado de trabajo (como el pleno empleo o incluso una escasez aguda de mano de obra) para lograr aumentos salariales significativos y (bajo las condiciones de una política monetaria determinada) reducciones significativas de la tasa de excedente, valor y beneficio.

Al mismo tiempo, sin embargo, esta tendencia fundamental del capitalismo tardío en la política económica y social proporciona a la burocracia sindical nuevas perspectivas. Ahora se trata no solo de explotar el poder organizativo en la mesa de negociaciones frente a los representantes de los empleadores, sino también de representar a los asalariados en los numerosos órganos de gobierno económico estatal y semiestatal. En los países escandinavos, en Bélgica y los Países Bajos, en Francia e Italia, y desde hace algunos años también en Gran Bretaña, se ha manifestado un proceso de la más amplia integración de las direcciones sindicales en el estado burgués, con líderes sindicales a menudo pasar más tiempo en dichos órganos estatales que en reuniones sindicales reales.

Ideológicamente, esta mayor integración de la burocracia sindical en el aparato estatal de la burguesía tardía corresponde a las mismas motivaciones para la colaboración de clases y las ilusiones gradualistas que la ola anterior de integración. Dado que el ‘progreso social’ está supuestamente determinado por el ‘crecimiento económico’, es necesario asumir la responsabilidad de este crecimiento económico sin preocuparse por la estructura del modo de producción existente, los antagonismos de clase y la explotación de clase formada por este crecimiento, etc. Posiciones en los directorios de industrias nacionalizadas, corporaciones y bancos centrales, así como innumerables puestos en los organismos de planificación estatal, son vistos como tantos ‘puestos’ desde los cuales conquistar la economía burguesa ‘paso a paso’. Entre algunos líderes sindicales que no son del todo dados al cinismo, la ‘codeterminación y corresponsabilidad’ en la economía capitalista tardía se racionaliza como un paso hacia la futura socialización. El arquetipo de este comportamiento lo proporcionó el antiguo líder sindical francés Jouhaux, quien, después de la Primera Guerra Mundial, presentó alegremente a los sindicalistas el decreto que lo nombraba miembro de la Junta Directiva de la Banque de France, exclamando: «El primer clavo en el ataúd del capitalismo!’ Sin embargo, el capitalismo francés parece haber sobrevivido muy bien a esos clavos durante 50 años, y está tan vivo hoy como lo estaba en 1919…

Contradicciones en el capitalismo tardío

Sin embargo, la tendencia hacia la creciente integración de la dirección sindical en el aparato estatal burgués encuentra dos contradicciones fundamentales en el capitalismo tardío:

Por un lado, las grandes corporaciones y los gobiernos burgueses necesitan la participación de la burocracia sindical en la programación económica y social solo en la medida en que esto pueda reducir una rebelión de la clase obrera contra el continuo desarrollo cíclico del modo de producción capitalista. (Primero, pleno empleo, pero con una política salarial ‘moderada’; luego, recesión con desempleo y ataques masivos de los empleadores contra el nivel de vida y las condiciones de trabajo de los asalariados.) Pero una creciente identificación de la dirección sindical con el ‘estado y la política salarial «dirigida» (como en los Países Bajos y Escandinavia durante muchos años) o con una política de ingresos «voluntaria» (como en Gran Bretaña) inevitablemente debe encontrar una resistencia creciente por parte de los asalariados, huelgas salvajes y una erosión de las relaciones internas entre los miembros de base y la organización sindical. Y este desarrollo reduce la utilidad de la burocracia sindical a los ojos de las grandes corporaciones. El capital necesita una burocracia sindical que controle realmente a las masas de trabajadores y canalice sus luchas, no una burocracia sindical meramente nominal, como lo demostró claramente el ejemplo del llamado sindicato estatal ‘vertical’ en España. Si la burocracia sindical ya no es capaz de ejercer el control, es probable su ‘desintegración’ del aparato estatal burgués, ya sea que las grandes corporaciones tomen la iniciativa, o que la dirección sindical haga un ‘giro a la izquierda’ en para recuperar el control de la agitación obrera.

Por otro lado, la tendencia hacia una creciente programación económica y hacia el capitalismo ‘organizado’, que implica la integración de la burocracia sindical en el aparato estatal burgués, tiene un efecto doble y contradictorio sobre la masa de asalariados. Sin duda, estos últimos están expuestos en mayor medida que antes a la demagogia mistificadora de los ‘intereses empresariales’ ya una colaboración de clases que para la burguesía es solo una simulación pero para los sindicatos es real. Al mismo tiempo, aumentar el debate público sobre agregados sociales como el producto nacional bruto, el ingreso nacional, la tasa salarial, la tasa de inversión, el volumen de dinero, el aumento de la productividad, etc., etc., puede significar un interés creciente en parte de los países avanzados y blancos. -los trabajadores de cuello en temas macroeconómicos y en la sociedad en su conjunto. Así como la economía antes de la Primera Guerra Mundial, con su continua lucha de guerrillas entre empresarios capitalistas y asalariados por la distribución del valor creado por el trabajo, se convirtió en una escuela práctica de lucha de clases tan pronto como se establecieron las conexiones internas de esta lucha. visible para los trabajadores, por lo que las disputas públicas de hoy sobre la distribución del ingreso nacional y el alcance, contenido y orientación de las inversiones pueden convertirse en una práctica escuela superior de lucha de clases. Sin embargo, esto requiere que los asalariados sean educados sobre las conexiones internas de estos procesos a gran escala. Es necesario establecer claramente las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista, su carácter explotador y la relación entre esta clarificación y las preocupaciones inmediatas de los asalariados.

Ciertamente, el resultado objetivo de la creciente amalgama de las grandes corporaciones, el Estado burgués y la política económica y social del Estado no es en modo alguno un producto evidente del capitalismo tardío «organizado». Una corriente neorreformista democrática, que se ha estado extendiendo en el movimiento sindical desde los llamados ‘plane experiments’ de, por ejemplo, Hendrik de Man en la década de 1930, intenta presentar la transición de la lucha por las reformas en el ámbito de distribución a las luchas por reformas estructurales como un gran avance en sí mismo. Sin embargo, la experiencia ha demostrado una y otra vez la gran necesidad de distinguir claramente entre las reformas neocapitalistas y aquellas que no pueden integrarse al modo de producción capitalista. El primer tipo de reformas racionaliza el sistema (¡a menudo a expensas de los salarios!) y puede ser fácilmente absorbido por las grandes corporaciones. El segundo tipo de reforma tiene el efecto de desbaratar el sistema y finalmente conduce a una batalla decisiva en la lucha de clases.

Por su lógica, el primer tipo de reformas conduce a una mayor integración de la burocracia sindical en el aparato estatal burgués, a desmantelar aún más la voluntad de lucha de los asalariados ya disminuir su experiencia de lucha. La lucha por el segundo tipo de reformas, por otro lado, solo puede radicalizar el movimiento sindical y movilizar a las masas para más y más amplias luchas y construir una creciente conciencia anticapitalista.

Nuevas formas de lucha

La posibilidad de partir de las nuevas formas de funcionamiento del modo de producción capitalista para reorientar el movimiento sindical y las masas trabajadoras más amplias hacia objetivos anticapitalistas radicales corresponde a una tendencia espontánea de la lucha obrera elemental a nivel de planta. Esta tendencia se expresó en la huelga general francesa de mayo de 1968 y en las grandes huelgas italianas del otoño e invierno de 1969, y hasta cierto punto en las numerosas huelgas salvajes de muchos países de Europa Occidental en los últimos 12 meses. Estas huelgas, las más grandes jamás vistas en la historia del capitalismo (casi 10 millones de huelguistas en Francia, casi 15 millones en Italia), expresaron un desafío repentino y una ‘contestación’ no solo de la distribución capitalista del ingreso, sino también de las relaciones capitalistas de producción ellos mismos. No importa cuán importantes fueran los temas de salarios y tiempo de trabajo para este movimiento huelguístico, la novedad de estas enormes luchas industriales en Europa occidental fue que los huelguistas, muy a menudo de manera espontánea, sin una visión teórica más profunda y con formulaciones torpes, no solo expresaron salarios más altos y salarios más cortos. la jornada laboral como metas de su lucha. También cuestionaron las nuevas formas de remuneración (pago según el lugar de trabajo, ‘jornada de trabajo medida’, etc.) que conducen a la atomización de la clase trabajadora. Los huelguistas se opusieron a los intentos de instalar nuevas formas de control racionalizado sobre la fuerza de trabajo en la fábrica, trataron de reducir el margen entre los estratos peor y mejor pagados de los asalariados, atacaron la organización del trabajo en la fábrica, trataron de determinar el ritmo de la línea de montaje, incluso sacudió la división del trabajo intrafábrica y comenzó a socavar la autoridad de los gerentes y capataces, en otras palabras, toda la estructura jerárquica de la fábrica capitalista. No se puede caracterizar mejor todas estas demandas novedosas que reconocer en ellas la forma germinal de la lucha directa contra el poder y los derechos del capital a comandar el trabajo y la maquinaria; son una forma germinal de lucha directa contra las relaciones capitalistas de producción.

Ciertamente sería prematuro considerar todas las huelgas francesas e italianas, es decir, la conciencia de clase de 25 millones de asalariados de Europa occidental, en esta categoría. Sería aún más erróneo ver en cada huelga salvaje en cada país de Europa occidental el comienzo de un mayo francés o un otoño italiano, el comienzo de un cuestionamiento directo, al menos en forma germinal, de las relaciones de producción capitalistas. Nunca la ley del desarrollo desigual y de la diferenciación interna de la clase obrera había sido tan claramente visible en Europa Occidental como lo es hoy. Pero se trata de descubrir a tiempo qué hay de nuevo en estas luchas y reconocer que tenderá a extenderse paulatinamente a todos los países imperialistas de Occidente, así como a Japón.

Esto se debe a que este nuevo tipo de lucha obrera en los países industrializados es en sí mismo un producto de la tercera revolución industrial, de las formas cambiantes del modo de producción capitalista. La renovación tecnológica acelerada en el capitalismo tardío ‘organizado’ significa crisis estructurales aceleradas de empresas, ramas y distritos industriales, descalificación acelerada de grupos ocupacionales enteros, explotación acelerada y, sobre todo, la intensificación constante del proceso de trabajo. Pero al mismo tiempo significa la reintroducción acelerada del trabajo intelectual en el proceso de producción, la elevación más rápida del nivel medio de calificación y conocimiento de los productores directos en las ramas técnicamente más avanzadas de la industria, la impugnación acelerada de la dominación burguesa y la alienación en los sectores superiores. y educación secundaria y comunicaciones. En la vida cotidiana de las personas y en la esfera del consumo en general, crece la resistencia contra la alienación y la dominación burguesa. Inevitablemente, esto conduce a una creciente impugnación de condiciones similares de dominación y alienación en la esfera de la producción.

Maniobras de la clase dominante

Las capas más inteligentes de las grandes corporaciones y la clase burguesa son muy conscientes del gran peligro que estas nuevas formas de lucha y objetivos de los trabajadores representan para la supervivencia de su dominio de clase; desafortunadamente, son mucho más conscientes de esto que la mayoría de los comerciantes. líderes sindicales. Por eso un giro ideológico de la gran burguesía coincide con el estallido de mayo del 68 en Francia. De Gaulle lanzó la solución de la » participación «, que desde entonces ha sido adoptada con más entusiasmo por los conservadores británicos, por las más diversas corrientes de la burguesía francesa, por la mayoría de los capitalistas escandinavos (así como por la mayoría de los socialdemócratas del norte) e incluso por una parte de las grandes corporaciones españolas. Traducido libremente al inglés, ‘ participación ‘ significa ‘codeterminación’. Da testimonio de la conocida inmadurez política de la burguesía de Alemania Occidental que una fórmula que en otros lugares se reconoce como la última protección contra la pérdida de la autoridad capitalista en el lugar de trabajo, la economía y el Estado, todavía se considera en la República Federal de Alemania como una forma diabólica peligrosa. Porque es indudablemente tal protección. Amplios sectores de la clase obrera de Europa Occidental demostraron que ni las ventajas por encima de los convenios colectivos en el lugar de trabajo, ni la creciente integración de las direcciones sindicales en el aparato estatal burgués, pueden evitar que se produzcan grandes y explosivas luchas periódicas que cuestionan objetivamente la existencia continua de el modo de producción capitalista. Los conglomerados capitalistas tardíos de Europa Occidental quieren alcanzar sus metas históricas de las últimas décadas de una manera nueva. Sus objetivos son la amortiguación sistemática de la lucha de clases del proletariado y la prevención del desarrollo de la conciencia de clase del proletariado otorgando a los sindicatos la ‘codeterminación’ en la dirección nacional de la economía y la responsabilidad compartida en la gestión económica a nivel del lugar de trabajo.

Esta maniobra es tan torpe que no tendría ninguna posibilidad de éxito si sectores significativos de la dirección sindical no hubieran sembrado tal confusión en la mente de los asalariados que para algunos de ellos lo que es una maniobra patronal parece un logro de los trabajadores. Es una maniobra torpe, pues al igual que la ‘acción concertada’, la ‘política de ingresos’ y la ‘programación social’, intenta disfrazar las diferentes posiciones de clase en las que se encuentran los compradores y vendedores de fuerza de trabajo en la sociedad burguesa. Dado que el trabajador no tiene riqueza ni el poder económico que surge de la riqueza, las corporaciones y el gobierno pueden fijar los salarios. El impuesto sobre los salarios puede capturarse directa y totalmente en la fuente. Y con la excepción del efecto de esas malvadas huelgas salvajes, la masa salarial social total también puede fijarse con precisión por adelantado. Pero, así como ningún gobierno burgués ha logrado congelar precios y beneficios, ni siquiera bajo la amenaza de las penas más severas –piénsese en el régimen nazi–, así ningún ‘órgano de codeterminación’ ni ningún consejo de administración ‘codeterminante’ puede lograr eliminar las leyes de la competencia capitalista y la utilización del capital. Es imposible evitar las fluctuaciones económicas periódicas, evitar que los empresarios capitalistas se vean obligados por la competencia a adoptar periódicamente severas medidas de racionalización e introducir despidos o jornadas reducidas, aumentar el ritmo de trabajo y de explotación de la fuerza de trabajo… etc. En condiciones de propiedad privada y estructuras económicas orientadas al beneficio, la codeterminación y la corresponsabilidad significan inevitablemente codeterminación y corresponsabilidad por tales resultados del modo de producción capitalista.

Los ‘representantes’ de los trabajadores que estén dispuestos a hacer esto chocarán inevitablemente con los intereses inmediatos de su base. Se convierten en representantes de los intereses del ‘lugar de trabajo’ (es decir, capitalistas) contra los trabajadores. Una vez que recorres este camino, es difícil detenerse en cualquier lugar y decir: Hasta aquí y no más. En las recientes huelgas salvajes, ¿no vimos a los ‘líderes laborales’ del movimiento sindical actuando como verdaderos fanáticos de los empleadores, tratando de sacar a los ‘revoltosos’ del lugar de trabajo, negándose a cualquier concesión a los huelguistas, o incluso a negociar con ellos?, ¿incluso cuando los propios jefes ya utilizaban un lenguaje mucho más moderado?

Un sindicato que se integre no solo en el aparato estatal burgués sino incluso en la gestión diaria del capitalismo no sería un sindicato que apoye al sistema; pronto dejaría de ser un verdadero sindicato. En tal caso, los asalariados ya no verán ninguna razón para pagar cuotas voluntarias de sus salarios duramente ganados a dichos controladores laborales. Se establecería una tendencia hacia la pérdida de miembros a gran escala (¡considere, por ejemplo, la rotación de los sindicatos ‘de apoyo al sistema’ en los EE. UU., como el de la Asociación de Mineros, durante los últimos años!). A cambio de una estrecha cooperación, los patrones no tendrían ningún interés en causar dificultades financieras a la burocracia sindical y se vería un cambio hacia un sistema de cobro obligatorio de las cuotas sindicales ‘en la fuente’ por parte de los propios patrones. Este [checkoff] sería un sistema de ‘impuesto sobre la nómina de segunda mano’, por así decirlo, como se aplica en las ‘uniones verticales’ españolas. En el punto final de tal proceso de degeneración, la burocracia sindical habría dejado de ser una burocracia de organizaciones obreras independientes. Habría sido reducida a un componente especial de la burocracia administrativa estatal, encargado de administrar la fuerza de trabajo (un bien que desafortunadamente para la sociedad capitalista tardía es propenso a acciones y explosiones impredecibles), al igual que otras partes de esta burocracia administran trenes, autopistas , correos, universidades y tanques.

Nuevas tareas para el movimiento sindical

Afortunadamente, todavía estamos lejos de haber llegado a este punto final. Hasta ahora, en Europa occidental solo se han dado los primeros pasos vacilantes hacia tal abnegación y autoabolición del movimiento sindical libre. Todo sugiere que los sectores más conscientes, radicales y militantes del movimiento obrero europeo occidental revertirán este proceso con el tiempo. A la larga, sin embargo, tal inversión solo será posible si el movimiento sindical revisa a fondo y reestructura su actitud frente al problema de la democracia sindical interna, frente al problema de las nuevas tareas que surgen de la situación específica del capitalismo tardío, y al fin socialista último del movimiento obrero.

La centralización del capital ha ido acompañada de una centralización cada vez mayor de los sindicatos. Este es un proceso muy contradictorio y ambivalente. Los sindicatos, a diferencia de los partidos, no son organizaciones de personas de ideas afines que solo unen a los trabajadores que se apoyan en una determinada base programática y quieren alcanzar una determinada meta histórica. Los sindicatos son, en principio, representantes de los intereses materiales inmediatos de todos aquellos que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo. Pero incluso unirse a sindicatos requiere un mínimo de conciencia de clase elemental, que, al menos en los países más grandes de Occidente, hasta ahora solo ha sido alcanzado por una minoría de asalariados.

La centralización de los sindicatos permite, por lo tanto, oponerse al poder económico central del gran capital con más poder del que normalmente podrían reunir los asalariados aislados de un taller, una fábrica, una ciudad o un distrito industrial. Es por tanto un arma necesaria en la lucha de clases y beneficia sobre todo a los más débiles, a los menos organizados ya los condenados por una situación económica particular a condiciones de partida desfavorables en la negociación de su salario. Actuar por la abolición de la centralización sindical sería, en última instancia, solo a favor de la clase capitalista.

Pero la misma centralización que permite que los asalariados más débiles negocien salarios y condiciones de trabajo más favorables que las que podrían lograr por sí mismos también amenaza con volverse en contra de los trabajadores más militantes y radicales una vez que el aparato sindical se deforme burocráticamente y se vuelva autónomo de su base. Cuando un círculo cada vez más pequeño de funcionarios toma todas las decisiones cruciales, incluidos los compromisos en la negociación colectiva, sin involucrar a una amplia capa de activistas en el proceso de toma de decisiones, la burocracia amenaza con socavar toda la base de los sindicatos, ya que conduciría a un sistema sistemático. pasividad por parte de los miembros del sindicato.

La centralización excesiva del poder de decisión en los sindicatos es tanto más peligrosa cuanto que la negativa de las organizaciones sindicales activas a someterse a la «política de ingresos», la «programación social» y la «acción concertada» a largo plazo conduce periódicamente a fuertes campañas de los patrones contra el ‘poder excesivo de los sindicatos’ (como fue el caso en Gran Bretaña en 1967 y 1968), y los sindicatos solo pueden resistir tales campañas si cuentan con el apoyo voluntario y entusiasta de muchos miles de miembros activos.

No es casualidad que la opinión pública burguesa, por lo demás tan fuertemente comprometida con la «democracia», quiera imponer una centralización aún mayor en los sindicatos, y en países como Gran Bretaña e Italia acuse a la dirección de dar demasiado margen a la «falta de responsabilidad anarquista» de los sindicatos. militantes del lugar de trabajo. Los empleadores quisieran que el propio aparato sindical lleve a cabo lo que consideran la inevitable ‘purga’ de los lugares de trabajo. Un sindicato que decide tomar este rumbo se condena a sí mismo; su sustancia sindical declinaría rápidamente.

La única forma de evitar los excesos de la centralización sindical es la más amplia democracia sindical interna posible. Esto significa no solo el deber de informar y consultar ampliamente entre los miembros y activistas, involucrándolos en cualquier decisión importante que se tome, sino también el derecho de las minorías a unirse para coordinar sus esfuerzos al menos en las reuniones sindicales tanto como en el aparato. pueden. Es significativo que el ala moderada de los sindicatos siempre reivindique este derecho como una cuestión de rutina cuando se encuentra en una posición minoritaria, o cuando teme ser empujada a tal posición, pero tan pronto como su control de la organización se consolida no está dispuesto a conceder el mismo derecho a las minorías radicales. Los sindicatos de la República de Weimar en la década de 1920, como los de Checoslovaquia en 1968 y 1969, dan testimonio elocuente de ello.

A menudo se responde que los propios miembros de los sindicatos son, en última instancia, los culpables del creciente poder de los aparatos, porque no asisten a las reuniones, no son activos y, a menudo, son incluso más moderados que el aparato. No negaremos que hay una pizca de verdad en estos comentarios, pero sólo una pizca. Porque, en primer lugar, los acontecimientos muestran una y otra vez que, en ocasiones, grandes masas de trabajadores, como en Francia en 1968 y en Italia en 1969, corren mil millas por delante del aparato sindical en lugar de ir a la zaga. Y segundo, lo que es cierto de la natación también lo es de la actividad sindical; solo se puede aprender saltando al agua en algún momento, es decir, con la práctica. Aquellos que reprochan a las masas trabajadoras por mostrar muy poca actividad sindical deberían preguntarse qué han hecho para educar a estas masas para que tomen la iniciativa, sean autoactivas y tomen sus propias decisiones. Solo una estrategia sindical que se oriente sistemáticamente hacia tal educación a través de la práctica de la lucha diaria puede producir una línea ascendente en la actividad de amplias masas. Una estrategia sindical que prive a la masa de afiliados de cualquier posibilidad o sentido de que ellos mismos pueden tomar la iniciativa en la lucha, solo producirá una combinación de creciente pasividad y explosiones periódicas fuera del marco de los sindicatos.

Solo una estrategia sindical orientada hacia la iniciativa popular activa en la lucha de clases corresponde a las nuevas tareas que se plantean para el movimiento sindical a partir de la fase actual del desarrollo del capitalismo. Ya hemos dicho que cada vez más las luchas obreras se mueven espontáneamente en la dirección de cuestionar las relaciones de producción capitalistas. La estrategia que corresponde a esta tendencia espontánea es la del control obrero de la producción. A diferencia de la ‘codeterminación’, la estrategia de control obrero de la producción supone que la autonomía de negociación colectiva de los sindicatos y la defensa de los intereses de los asalariados son fundamentalmente incompatibles con la corresponsabilidad en la maximización de beneficios en las empresas. y sumisión a las leyes de movimiento del modo de producción capitalista. Por tanto, exige el derecho de control y veto de los asalariados, pero no la corresponsabilidad en la gestión de las empresas capitalistas y de la economía capitalista.

‘Control obrero bajo el capitalismo, codeterminación bajo el socialismo’ fue la sucinta fórmula utilizada por el difunto André Renard, secretario general adjunto de la federación sindical belga FGTB, para resumir la doctrina sindical sobre este tema. Nos parece completamente exacto.

Pero el control obrero de la producción requiere una iniciativa de largo alcance a nivel de la empresa y del lugar de trabajo, incluso a nivel de cada taller y línea de montaje. La lucha por la producción obrera del control crea formas germinales de autoorganización de todos los asalariados en el lugar de trabajo. Por primera vez en décadas, este es el caso hoy en día en la empresa más grande de Europa Occidental, las plantas de Fiat en Turín. Pretender integrar tal cuerpo de delegados en la organización sindical e incluso pretender basarlo en la ley es equivocarse por completo en su naturaleza. Es más bien una extensión del campo de actividad de los trabajadores en el lugar de trabajo, que ya no quieren limitarse a la negociación colectiva y verse restringidos por el resultado de estas negociaciones. Para ser eficaz, esta autoorganización de los trabajadores a nivel del lugar de trabajo debe conservar una completa autonomía. Es el embrión de un sistema de doble poder a nivel laboral, que a su vez puede ser el embrión de un sistema basado en consejos de trabajadores. Ahí radica su peculiaridad y su cometido. Pero puede y tendrá un efecto sobre la actividad de los afiliados sindicales en el lugar de trabajo, estimular su actividad y promover la democracia sindical, siempre que siga siendo la expresión de una participación creciente de la masa de los asalariados en la vida económica y social. luchas sociales.

En la misma dirección de una articulación más ágil de la centralización y la democracia intrasindical, el capitalismo tardío plantea a los sindicatos otra nueva tarea: la de una mayor cooperación e integración internacional. En la era de las corporaciones multinacionales, este es el único medio de evitar, al menos parcialmente, el rápido cambio de órdenes de un país a otro y evitar que las corporaciones internacionales enfrenten a trabajadores con salarios relativamente bajos contra trabajadores con salarios relativamente altos. Hasta ahora, los grandes aparatos sindicales han fracasado por completo en la cuestión de la acción internacional. Todavía están esperando la primera huelga europea, cuando ya hay tantas empresas en toda Europa. Y cuando los trabajadores de una huelga multinacional de este tipo en un país o los huelguistas de una rama de la industria se ven gravemente obstaculizados en la actividad de su huelga por el rápido suministro de productos competidores de un país vecino, los millones de sindicatos «oficiales» fuertes han logrado menor solidaridad internacional que los pequeños grupos minoritarios radicales.

La cooperación internacional y la integración, sin embargo, son impensables a nivel de centralización organizacional: se debe actuar simultáneamente a nivel de empresas y plantas ya nivel de organizaciones paraguas. Es deber del movimiento sindical predicar con su propio ejemplo. La idea de que es imposible vincular la centralización provocada por el progreso técnico con una autoactividad y una autodeterminación crecientes corresponde solo a la lógica burguesa y burocrática. Pero esto debe demostrarse en la práctica.

Un tecnócrata británico conservador, Michael Rose, teme que la generalización de los sistemas de dirección cibernéticos en la economía y el Estado pueda conducir a una enorme concentración del poder de decisión en unas pocas manos, basada en el monopolio del acceso a la masa de información. Varios economistas burgueses han expresado la idea de que, en 15 años a más tardar, unas 200 grandes corporaciones internacionales dominarán la economía del ‘mundo libre’. El hecho de que la paradoja de llamar ‘libre’ a un mundo caracterizado por tal concentración de poder económico permanezca oculta para ellos sólo atestigua la ceguera típica de estos economistas burgueses.

Un ‘orden liberal-democrático’ en el que todas las decisiones estratégicas importantes que determinan la vida económica y social de amplias masas son realmente tomadas por estas mismas masas, en el que se generaliza el acceso a todas las fuentes importantes de información y conocimiento, en el que se centraliza la tecnología combinado con la descentralización de los procesos de toma de decisiones, solo es posible sobre la base de la propiedad común de los medios de producción y su administración a través de medios democrático-centralistas, es decir, la autogestión planificada de productores y consumidores.

Los sindicatos solo podrán resolver las tareas derivadas del desarrollo del capitalismo tardío si vuelven a guiarse en su práctica diaria por este fin último socialista, que nunca ha sido tan relevante como hoy. Los sindicatos ‘que cumplen con el sistema’ no pueden existir bajo el capitalismo tardío. Sin embargo, los sindicatos ‘críticos del sistema’ necesitan socialistas conscientes a la cabeza.


Este artículo se publicó por primera vez en la revista de discusión teórica de la federación sindical alemana DGB, Gewerkschäftliche Monatshefte (núm. 6, 1970) bajo el título ‘ Systemkonforme Gewerkschaften?’. Traducción: Carlos Rojas. Esta traducción se publicó originalmente en Punto de Vista Internacional.

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«Revolución y contrarrevolución en China», por Manabendra Nath Roy (1972).

Ha sido digitalizado y liberado en PDF este relevante libro sobre la Revolución china de 1925-1927. Escrito por Manabendra Nath Roy, un revolucionario internacionalista que, como enviado de la III Internacional, atestiguó el discurrir de esta revolución sofocada.

Puede descargarse el libro aquí:

«Revolución y contrarrevolución en China», por Manabendra Nath Roy (1972). Ediciones Roca. Ciudad de México.

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«La revolución cultural en China», por Joan Robinson (1971).

El próximo año se conmemoran los 60 años del inicio de la Revolución cultural en China. A propósito de este importante acontecimiento en la República Popular China de Mao Tsetung, vale la pena consultar este libro de la economista Joan Robinson. Más títulos sobre la «Gran Revolución Cultural Proletaria China» serán compartidos en el decurso de los meses.

El libro lo hemos procesado en un mejor PDF respecto al escaneo realizado por @pf1935 (Twitter).

Puede descargarse aquí:

«La revolución cultural en China«. Joan Robinson (1971). Editorial Monte Ávila.

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«El joven Lenin», por León Trotsky (1974). Fondo de Cultura Económica.

Compartimos el libro «El joven Lenin», escrito por León Trotsky en el año 1936, encontrándose exiliado. Es un maravilloso texto sobre el entorno familiar del joven Volodia (Vladimir Ilich Uliánov)), la influencia de la valerosa experiencia de su hermano, Alejandro, en la Narodnaia Volia (La Voluntad del Pueblo) y su temprano proceso de formación y vinculación a la socialdemocracia rusa.

Libro digitalizado y liberado para internet. Puedes leerlo y descargarlo aquí:

«El joven Lenin», León Trotsky (1974). Fondo de Cultura Económica. Ciudad de México.

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«Colombia: EPL, una historia armada». Fabiola Calvo Ocampo (1987)

Hace unos meses escanee este libro. Es un material imprescindible para estudiar la historia del Partido Comunista de Colombia (marxista-leninista), PC de C (m-l); y del Ejército Popular de Liberación, EPL. Lo resubo para que no se pierda entre un mar de PDFs.

«Colombia: EPL, una historia armada», por Fabiola Calvo Ocampo (1987). Ediciones Vosa.

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