Texto didáctico que el autor preparó para el colectivo Drac Màgic como presentación de la película de Sergei M. Eisenstein, una actividad cultural en la que solían participar estudiantes de bachillerato de aquellos años. Está fechado el 6 de diciembre de 1978, el día del referéndum constitucional. Debo a Francesc Xavier Pardo conocimiento de su existencia1.
I. En los primeros días de enero de 1905 se declaraban en huelga los obreros de las grandes fábricas Putilov de Petersburgo. Su motivación no difería gran cosa de tantas otras acciones obreras anteriores: protestar por el despido de cuatro compañeros, en este caso, además, muy probablemente afiliados a una asociación de trabajadores, propiciada por un sacerdote (el célebre cura Gapón) con fondos procedentes de la policía zarista. El origen de la protesta era, pues, oscuro o por lo menos paradójico. Pero, como suele ocurrir, a la protesta se unieron reivindicaciones más amplias, más generales. Entre ellas, la más universal para los trabajadores de la época: la jornada de ocho horas. Y, como siempre en la historia del movimiento obrero, también la exigencia de libertad.
Todavía durante ese mismo mes de enero una gran procesión organizada por el cura Gapón al objeto de invocar la justicia y la protección del zar frente a los despidos acabó en tragedia al disparar los soldados contra la multitud. Era el «domingo sangriento», un domingo en el que muchos ciudadanos rusos dejaron de creer en la bondad del autócrata para empezar a llamarle por su nombre: tirano. Así empezaba lo que conocemos como primera revolución rusa, la revolución de 1905-1906. Pocos meses después, en la primavera, y en un clima dominado ya por los intentos insurreccionales, nacían los primeros soviets de obreros. Y en mayo la espontaneidad revolucionaria de los marineros del Potemkin hizo verdad la sospecha de algunos militantes de los soviets según los cuales no todos los soldados estaban ya con el poder.
En efecto, entre el 14 y el 16 de mayo la flota rusa sufría un descalabro al enfrentarse con los japoneses ante la isla de Tushima, Como consecuencia de ello la tensión aumentó notablemente a bordo de las naves del mar Negro. Y en una de ellas, el acorazado Potemkin, la marinería rechazó la comida podrida que se les suministraba; en la protesta muere asesinado un marinero bolchevique y el motín toma cuerpo: el resto de los marineros crean un comité, arrojan al mar a los oficiales, se hacen con el control del barco y ponen proa al puerto de Odessa, donde ha estallado una huelga general. Allí dieron sepultura con grandes honores al marinero asesinado y conocieron la situación en las fábricas, en los talleres, en el campo. Unos días después el Potemkin se hacía a la mar de nuevo para enfrentarse a la flota del zar: cuando llega el momento del encuentro los otros barcos no disparan e incluso alguno de ellos se une a la rebelión. Con ello el entusiasmo crece. Pero también el drama: durante horas y horas el acorazado Potemkin surca los mares hasta que, por último, sin provisiones ya, la tripulación opta por entregarse a las autoridades rumanas.
II. Tal es la historia del Potemkin, sin duda la más popular de las hazañas revolucionarias en los años que siguieron a la victoria bolchevique en octubre de 1917. Pero ya en su momento, sin la mitificación y la punta de leyenda que dan el tiempo y la victoria, el acorazado Potemkin era el símbolo de la resistencia popular triunfante, el ejemplo que en 1906 ponían aquellos revolucionarios que querían mostrar al pueblo algo tan sustancial como que la resistencia era incluso posible en las fortalezas del enemigo, en el ejército, en las fuerzas armadas de la autocracia. Potemkin es, pues, el principio de la revolución.
Y pocas veces la imagen fílmica ha logrado una tan alta expresividad simbólica como en la descripción de estos hechos por S.M. Eisenstein. Sería inútil tratar de igualar con palabras pobres la expresión poética, por ejemplo, de los tres rapidísimos encuadres del león de Odessa montados con las andanadas del acorazado Potemkin. Allí está captado el despertar de la revolución. El otro grande de la cinematografía soviética, Pudovkin, ha comentado esos tres encuadres del león de piedra que duerme, abre los ojos y ruge (y que tantos homenajes ha cosechado luego en la historia del cine) de la siguiente forma: «La película pasa así del naturalismo que en cierto grado le era propia a una capacidad de representación libre, simbólica, independiente de los requisitos de una elemental probabilidad».
III. Y, efectivamente, en esos planos está todo lo que representó el Acorazado Potemkin desde el punto de vista del artista revolucionario que conoció el hecho de cerca. Si a ello se quiere añadir las palabras pobres, esto es, una consideración menos épica y optimista, más distanciada por la complicación que la historia nos ha ido proporcionando luego, habría que tener en cuenta que entre los hechos de 1905 y la victoria de octubre median doce años durante los cuales lo herederos de la hazaña del Potemkin tuvieron que sufrir cotidianamente, desesperarse a veces para volver a acoger en su corazón la esperanza. En este sentido tal vez se pueda añadir a la imagen del león esta otra: la de un viejo cuarto de una triste pensión de Ginebra donde el cura Gapón (el misterio de la revolución de 1905), el marinero Matishensko (uno de los líderes del Potemkin) y V. I. Lenin (el futuro conductor de Octubre) discuten acaloradamente sobre el papel del campesinado en la revolución rusa. Una imagen, ésta, de la complicación, de la «impureza», como solía decir el propio Lenin, de los acontecimientos históricos grandes. Y así ocurrió, efectivamente. Lo cuenta Nadezhda Krúpkskaya.
Esto es: épica como nos lo muestra Eisenstein y lo teoriza Pudovkin; misteriosamente cotidiano, como lo pinta Krúpskaya. Pero no necesariamente confuso, como tiende a hacernos creer Makavejev en estos tiempos de escepticismo.
"Pero si construir el futuro y asentar todo definitivamente no es nuestro asunto, es más claro aún lo que, al presente, debemos llevar a cabo: me refiero a la crítica despiadada de todo lo existente, despiadada tanto en el sentido de no temer los resultados a los que conduzca como en el de no temerle al conflicto con aquellos que detentan el poder".